HOMBRES DE VERDAD – Predica la palabra (primera parte)
Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra… (2 Tim.4:1-4).
Pablo está en sus últimos días en la tierra. La hora de su partida está cercana (2 Timoteo 4:6). En esa situación manifiesta una preocupación especial para que Timoteo predique la palabra. Lo hace con solemnidad, en la presencia de Dios y de Cristo (estaba en la cárcel, sin embargo, vivía en la presencia de Dios, consciente de su cercanía). A veces nos «desgañitamos» en los cultos pidiendo la presencia de Dios, lo cual pone de manifestó en muchos casos que no la tenemos. Pablo vivía en ella. Elías también: «Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy» (1 Reyes 17:1).
La expresión «te encargo» es más fuerte en el griego, dice: «te conjuro» (algunas versiones de la Biblia la usan). ¿Qué significa te conjuro? Conjurar es «ligarse con otro mediante juramento para un fin». Cuarenta judíos se habían conjurado para no comer ni beber antes de dar muerte a Pablo en Jerusalén (Hechos 23:12-14). El apóstol echa mano de una expresión que transmite la importancia que tenía para él la predicación. Debía anunciarse la palabra de Dios. No pensamientos humanos. Ni psicología. Tampoco positivismo. Ni auto estima. Ni humanismo. Ni antropomorfismo. ¡Predica la palabra! En otra ocasión dijo: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor» (2 Corintios 4:5). Y también: «Nosotros predicamos a Cristo, y éste crucificado» (1 Corintios 1:23). Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles contiene esta verdad esencial: predicaron la palabra, recibieron la palabra, crecía la palabra, Dios confirmaba la palabra.
Ahora bien, ¿qué significa predicar la palabra? Muchos dicen que predican la palabra, se sobresaltan enfatizando que están predicando la palabra de Dios, sin embargo, el fruto no es conforme a la doctrina de la piedad, sino conforme a nuestras propias concupiscencias, nuestros deseos y placeres. Hay que probar el mensaje. Examinarlo. La predicación puede ser fácilmente mezclada con razonamientos humanos y altivos, incluso con doctrinas de demonios. Hubo falsos profetas y habrá falsos maestros entre vosotros, dice el apóstol Pedro. Incluso Pablo sabía que al salir de Éfeso y la región donde había estado edificando a los hermanos entrarían lobos rapaces que no perdonarían el rebaño (Hechos 20:28-32). Incluso, dijo, «entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos… tened cuidado de vosotros y de toda la grey…» No solo debemos predicar la palabra sino también probar si lo que oímos se conforma a las Escrituras.
El hombre de verdad vive lleno de la palabra. Ese es su mensaje.