HOMBRES DE VERDAD – Conducta
Pero tú has seguido mí… conducta… (2 Timoteo 3:10).
En su segundo viaje misionero el apóstol Pablo llegó a la ciudad de Listra, encontró allí a un joven que ya era discípulo y los hermanos hablaban elogiosamente de él, su nombre era Timoteo. Pablo quiso que fuera con él y a partir de ese momento se convirtió en uno de sus más fieles consiervos, manteniendo su mismo sentir. Hablando de él a la iglesia de Filipos escribe: «Mas espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, a fin de que yo también sea alentado al saber de vuestra condición. Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío y que esté sinceramente interesado en vuestro bienestar. Porque todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús. Pero vosotros conocéis sus probados méritos, que sirvió conmigo en la propagación del evangelio como un hijo sirve a su padre» (Filipenses 2:19-22).
El Maestro encargó a los apóstoles que hicieran discípulos (Mateo 28:19), que se reprodujeran en otros, de la misma forma que ellos habían sido discipulados por él durante tres años y medio. Pablo escribió: «Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2). No se trataba de seguir un modelo de crecimiento, de clonar personas a la imagen del líder, sino de seguir una conducta, un modelo de vida y doctrina, es decir, el evangelio recibido. Pablo no tuvo complejo alguno cuando escribió: «Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque muchos andan como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuáles piensan solo en las cosas terrenales» (Filipenses 3:17-19).
El apóstol Pedro tenía la misma enseñanza cuando escribió a los ancianos diciéndoles: «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados; sino demostrando ser ejemplos del rebaño» (1 Pedro 5:2-3). Esta es la verdadera sucesión apostólica. No un título, sino una conducta, —la de Cristo—, implantada a sus discípulos en cada generación mediante el poder del Espíritu Santo. Hoy encontramos a muchos cristianos más dispuestos a imitar métodos de crecimiento de iglesias (franquicias eclesiásticas) que modelos verdaderos de conducta piadosa y justa. Hombres de verdad.
El carácter de los hombres de Dios en los últimos tiempos sigue la conducta y doctrina apostólica que imitan la de Cristo.