Inclina, oh Señor, tu oído y respóndeme, porque estoy afligido y necesitado… salva a tu siervo que en ti confía. Ten piedad de mí, oh Señor, porque a ti clamo todo el día. Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, elevo mi alma… Enséñame, oh Señor, tu camino; andaré en tu verdad… da tu poder a tu siervo… (Salmos 86:1-4, 11,16).
Las Escrituras están llenas de vidas reales, no mitos. Las biografías que aparecen de los personajes que la llenan nos enseñan mucho sobre el hombre, su naturaleza, sus anhelos, sus preguntas, sus necesidades. Nos descubren también la fe de muchos de ellos. Cómo buscaron a Dios. Qué oraciones hicieron. Y se nos dice que son ejemplo y enseñanza para nosotros (1 Corintios 10:6,11); que imitemos su fe (Hebreos 13:7); y que están escritas para nuestra consolación y esperanza (Romanos 15:4). Nuestro salmista nos muestra su progreso. Está afligido y necesitado. No lo encubre ni lo niega. No se queda en un estado de pasividad y perplejidad, sino que busca al Señor todo el día, eleva su alma al Señor para que le responda, le salve, tenga piedad de él, alegre su alma, le enseñe el camino, está dispuesto a andar en su verdad, y pide poder de Dios para encarar los desafíos que aún sabe tiene por delante. Todo ello desde la posición de siervo. Nuestra postura y acercamiento a Dios determina sus resultados en nuestras vidas.
Padre, Israel te necesita. Nuestro país te necesita. Cada uno de nosotros te necesitamos. ¡Ayúdanos! ¡Enséñanos! Danos tu poder en nombre de Jesús.