Todos pecaron
Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios (Romanos 3:23 LBLA)
El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte. Todos hemos participado de esa naturaleza maligna, por tanto, todos hemos sido despojados de la gloria de Dios. Aquel vestido que cubría al primer hombre y la primera mujer fue quitado, quedaron desnudos y separados de la comunión de vida con Dios. Esa naturaleza la hemos heredado de nuestros padres. Y aunque nos hayan educado bajo las demandas de un sistema religioso, seamos judíos o gentiles, con ley o conciencia natural, todos hemos participado en el inicio de nuestra existencia del mal que entró en el corazón del hombre y lo apartó de Dios.
El pecado destruye la comunión con Dios. No podemos alcanzar su justicia. Es demasiado elevada y ningún sistema religioso puede ayudarnos plenamente para recuperar la gloria perdida. Necesitamos un Redentor. Necesitamos redención. Necesitamos un justo. Pero, como está escrito: no hay justo, ni aún uno; no hay quién entienda, no hay quién busque a Dios; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quién haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Rom. 3:10-12).
Necesitamos un justo que satisfaga plenamente la justicia de Dios. Pero si todos los hombres pecaron y están destituidos de su gloria ¿de dónde vendrá nuestro socorro? Necesitamos un hombre sin pecado como propiciación delante de Dios que pueda presentar una ofrenda ante el trono de justicia, satisfaga las demandas de la santidad de Dios, y pueda ser aplicada a quienes la aceptan como rescate de sus vidas. Eso es redención.
Y solo hay uno que puede hacerlo, que nació sin pecado, que se hizo hombre, aunque era Dios. La doble naturaleza de Jesús como Hijo de Dios e Hijo del Hombre viene en nuestro rescate. Ahora la gloria perdida en Adán podemos recuperarla para ser revestidos de Cristo, nuestro sumo sacerdote, redentor y propiciación. Gracias a Dios por su don inefable.
Todo lo anterior a la revelación del Hijo Unigénito fue una preparación para ser alcanzados por la gloria postrera de la casa de Dios. Porque El ha sido considerado digno de más gloria que Moisés en toda la casa de Dios… Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin nuestra confianza y la gloria de nuestra esperanza (Hebreos 3:1-6).
El pecado nos impide alcanzar su gloria; nos destituye y despoja del vestido, pero el Rey ha venido para devolver al hombre lo que perdió en Adán.