Los profetas de Israel (LXIII) – Jeremías (1)
Las palabras de Jeremías hijo de Hilcías, de los sacerdotes que estuvieron en Anatot, en tierra de Benjamín (Jeremías 1:1)
Asistimos ahora a una época verdaderamente convulsa en la historia antigua de Israel. El reino del norte había sido llevado cautivo por Asiria hacía más de cien años. Jerusalén estaba amenazada por la nueva potencia mundial, Babilonia. El profeta Jeremías (626-561 a. C.) es enviado a la capital de Judá para anunciar un mensaje verdaderamente impopular: volverse de sus malos caminos o quedar a merced de Babilonia, rindiéndose como alternativa a una derrota segura.
La obstinación en el error del reino de Judá llegó al punto de ser considerado aquel tiempo la generación objeto de la ira de Dios (7:29). El profeta Jeremías fue llamado por el Señor cuando era muy joven, él mismo se consideraba niño. Era alrededor del año 626 a.C. Jerusalén fue parcialmente destruida en 606 a.C., y nuevamente en 597 a.C., siendo asolada y destruida definitivamente el año 586 a.C. cuando el templo fue destruido, la muralla derribada y el reino davídico de la antigüedad desapareció definitivamente.
Nuestro profeta vivió durante estos terribles cuarenta años. Los reyes contemporáneos de Jeremías fueron: Josías (639-608 a.C.); Joacaz (608 a.C.); Joacím (608-597 d.C.); Joaquín ((597 d.C.) y Sedequías (597-586 d.C.). El imperio asirio había cedido ante el empuje babilónico que se constituyó en la nueva potencia de la zona. Egipto también quiso recuperar su esplendor antiguo pero fue derrotado por los caldeos en la batalla de Carquemis.
Babilonia fue el imperio dominante durante 70 años, coincidiendo con los años de cautiverio del pueblo judío hasta su restauración en tiempo del rey Ciro el persa. Jeremías fue testigo de la profunda decadencia en la que había entrado Judá. Llamado por el Señor antes de que fuese formado en el vientre de su madre, y santificado, o apartado, como profeta a las naciones (1:5). Se resistió al llamado de Dios inicialmente argumentando su falta de elocuencia en la palabra y su extrema juventud.
El Señor puso en su boca las palabras que debía anunciar al pueblo, por lo que su vida quedó ligada al destino de la nación en cumplimiento del irrevocable llamamiento de Dios. Gran parte de su mensaje fue un llamado al arrepentimiento, a regresar a las sendas antiguas (6:16); pero el pueblo dijo: no andaremos. Además tuvo que moverse en medio de una proliferación de falsos profetas que tenían un mensaje muy distinto de paz y prosperidad. El libro no sigue un orden cronológico.
Aunque predomina en el libro del profeta Jeremías un mensaje de juicio por los pecados de Judá, también encontramos la esperanza mesiánica.