Un nuevo Señor
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11)
Jesucristo es el Señor. Esa es la confesión de fe que reconoce el cielo para poder tener entrada al reino de Dios en la tierra, alcanzando así su reino mesiánico y celestial a su tiempo. Jesús fue glorificado a la diestra del trono de Dios después de acabar la obra que el Padre le dio para hacer. Y una vez concluida, fue entronizado en el cielo, a la diestra del Padre. La prueba de ello fue el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Shavuot). Los apóstoles lo supieron, y Pedro, en su primer discurso después del derramamiento del Espíritu, dijo: Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo [Mesías] (Hch.2:36). Jesús ha sido entronizado como Señor y Mesías. Predicar su nombre y su obra sería a partir de ese momento el propósito esencial de la gran comisión. Pablo dijo: «predicamos a Cristo, y a este crucificado». Si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creemos en nuestro corazón que Dios lo levantó de los muertos, seremos salvos; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:8-10). Por ello encontramos en las epístolas el tema del reino de Dios a través de la proclamación: Jesús es el Señor. No es Cesar el señor. Jesús es el Señor; y por esa declaración de fe, desde el corazón, muchos en los primeros siglos de cristianismo soportaron el martirio. Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino. Hoy vivimos lo mismo en muchas naciones del mundo, especialmente las de predominio islámico. El islam ha cambiado la confesión de fe. La base de su declaración se denomina la Shahada, y dice: «No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su mensajero». Observa que se trata de invocar un nombre, un dominio, una potestad. Jesús o Cesar. Yeshúa o Mahoma. Por negarse a cambiar esta confesión muchos están siendo masacrados impunemente en el Oriente Medio, y en muchas naciones de África y Asia; todos ellos de tradición y confesión musulmana. Los discípulos del Señor mantienen su confesión. Como está escrito: Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió (Hebreos 10:23).
El que confiesa a Jesús como Señor tiene otro dueño, vive para él, y muere para él. Sea que vivamos o que muramos, somos del Señor.