Los profetas de Israel (LXXVIII) – Ezequiel (4)
Pero en mi santo monte, en el alto monte de Israel, dice YHVH el Señor, allí me servirá toda la casa de Israel, toda ella en la tierra; allí los aceptaré, y allí demandaré vuestras ofrendas… os aceptaré cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos… Y sabréis que yo soy YHVH, cuando os haya traído a la tierra de Israel, la tierra por la cual alce mi mano jurando que la daría a vuestros padres. Y allí os acordaréis de vuestros caminos… (Ezequiel 20:40-44)
El mensaje de YHVH a Moisés para Faraón fue muy claro: Deja salir a mi pueblo para que me sirva. Debían hacerlo en un determinado lugar, de una forma inequívoca y según las ordenanzas del Señor. Faraón se negó. Puso todo tipo de obstáculos para impedir que Israel heredara la tierra prometida; y una vez que salieron con mano fuerte, tras la pascua, la sangre, y el ángel que entró en cada casa egipcia en el juicio de los primogénitos, Faraón volvió a endurecerse para alcanzar a Israel al lado del Mar Rojo y ser anegados bajo sus aguas.
Israel ha estado durante 18 siglos en el exilio entre las naciones. La voz profética anunció el retorno a su tierra, y cuando el sonido del shofar sonó con fuerza irresistible, los hijos de Abraham, esparcidos entre las naciones comenzaron a regresar paulatinamente a su tierra. Poco a poco. Hasta que en el año 1948 se proclamó el nuevo Estado de Israel en la misma tierra de sus ancestros. Una vez más Israel estaba en su tierra, aunque ciertamente, siempre ha estado vinculado a ella.
Pues bien, una vez anunciados los tiempos de la restauración, nuevos «faraones» se oponen a su establecimiento en Eretz Israel. Una vez más el adversario tratando de impedir que Israel adore a su Dios en su tierra, el lugar escogido por él para poner allí su nombre.
Hay un vínculo ineludible entre el Eterno, Israel y la tierra. La soberanía de Dios lo ha establecido así. Debe recuperarse la tierra, establecerse en ella, para consolidarse el plan de Dios. El islam se ha levantado como un nuevo faraón contra la voz de los profetas. Pretende impedir su cumplimiento, cambiándolo por sus propias «profecías», su propia ley ―la sharía―, y su propia confesión de fe: no hay más dios que Alá, y Mahoma es su mensajero.
Las naciones han sido fascinadas por el falso profeta. Babilonia y sus hechizos pretenden impedir el levantamiento de Jerusalén como ciudad del gran Rey. La lucha es fuerte. El conflicto grande. El pueblo de Dios debe reencontrarse con Él; ser restaurado, aceptado, ofrecer sus ofrendas ―en el templo reconstruido―, y todo ello vinculado a la tierra de Israel que el Señor juró dar a los padres. Oremos.
El retorno de Israel a su tierra es vital en el proceso de restauración.