Amadores de los placeres
Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… amadores de los placeres (deleites) en vez de amadores de Dios… (2 Timoteo 3:1, 2,4).
Definitivamente la cultura del placer se ha instalado en la sociedad postmoderna. Su búsqueda ocupa los mayores esfuerzos del ser humano actual. Hemos abandonado la cultura del esfuerzo, la disciplina, la abnegación. Estamos orientados hacia lo placentero. Si da placer es bueno, aunque su final sea camino de muerte. Juntamente con esta filosofía hemos perdido la perspectiva eterna del hombre. El ámbito trascendente de la vida humana ha perdido su interés y lo ha ocupado el deseo por las cosas materiales. Hemos invertido el mandamiento: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, por este otro: Amarás los placeres y deleites poniendo toda tu fuerza en conseguirlos. La gravísima novedad de este cambio es que no estamos hablando del mundo incrédulo y alejado de Dios, sino de aquellos que se llaman cristianos pero tienen como máxima en su vida buscar la satisfacción personal, el logro de sus metas, la realización personal, poniendo como base de sus vidas la búsqueda del placer y la felicidad.
En este caso hemos invertido el evangelio de Jesús por un evangelio de placeres y deleites. Nos motiva aquello que nos hace sentir bien: la música, el baile, el teatro, la pertenencia a un club social que nos da reconocimiento y suple las necesidades anímicas del hombre. Por ello es tan fácil engañar a esta generación. Por ello es sumamente posible desviar a congregaciones enteras detrás de la vanidad, el entretenimiento, el brillo de Babilonia y el engaño de las riquezas. No nos engañemos. Una gran parte del esfuerzo de las iglesias está dirigido a conseguir que sus miembros alcancen placer, sea emocional, físico o espiritual. Hay placeres de todos los tipos. La idolatría por el placer ha confundido nuestros sentidos. El yugo de los deleites temporales del pecado pasa factura siempre, y cuando viene a cobrarla quedamos definitivamente sometidos a su poder.
La respuesta a este engañoso evangelio es el verdadero y único mensaje del evangelio. La palabra de Dios a Moisés le libró del brillo y la fascinación de Egipto. Por la fe Moisés, cuando era ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto; porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible (Hebreos 11:24-27 LBLA). La palabra eterna nos librará del engaño de los placeres temporales del pecado.