Tú que me has hecho ver muchas angustias y aflicciones, me volverás a dar vida, y me levantarás de nuevo de las profundidades de la tierra… vuelve a consolarme (Salmos 71:20, 21).
El salmista está orientado hacia Dios. Todo su deleite está en Él. Su vida ha transcurrido, y la esencia de su ser se ha diluido en la eternidad del Invisible. Su confesión nos abre su corazón. El salmo está repleto de lo que es Dios y lo que viene de Él. En ti me refugio… tu justicia… tu eres mi roca… tu eres mi esperanza… tu eres mi confianza… para ti es continuamente mi alabanza… llena está mi boca de tu alabanza y de tu gloria… de tu justicia y de tu salvación… de tu enseñanza… tus maravillas… tu poder… oh Dios, ¿quién como tú?. Y ahora viene el giro de otra verdad innegable en la vida del adorador: Tú que me has hecho ver muchas angustias y aflicciones volverás a darme vida. Es el mismo hombre, la misma vida, la misma experiencia. Todo ello forma parte de la propia biografía. No hay decepción. No hay frustración. Hay esperanza, esperanza de resurrección. Es el mismo consejo del apóstol: Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba… vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria (Colosenses 3:1-4).
Padre, hemos visto angustias y aflicciones, pero al compararlas con tu gloria nos llevan a saber que en ti siempre hay nueva vida y vivificación. Amén.