202 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos profetas de Israel (LXXXIX) – Daniel (3)

Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación (Daniel 4:2,3)

         Después que Daniel interpretó el fabuloso sueño del rey Nabucodonosor, y ser engrandecido con muchos honores, de tal manera que fue nombrado gobernador de toda la provincia de Babilonia, y haber solicitado que sus amigos fueran puestos sobre los negocios de la provincia babilónica, el rey tuvo que quedarse pensativo sobre la parte del sueño que hablaba específicamente de él. Tú eres aquella cabeza de oro (2:38), le había dicho el profeta.

Esas palabras, con toda seguridad, debieron producir en él un elevado concepto de sí mismo, llegando a pensar que todos debían adorarle. Así concibió un plan que encontramos en el capítulo 3. Mandó construir una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos (unos 30 metros). Luego reunió a los gobernadores de las provincias para que la estatua fuese dedicada. Al sonido de los instrumentos musicales todos debían postrarse y adorar la estatua, viendo en ella una representación de sí mismo.

Este tipo de idolatría se ha repetido en la historia humana hasta la saciedad. Lo hicieron los emperadores romanos. Todos los dictadores colocan grandes fotografías en las ciudades donde ejercen su dominio (léase Stalin, Lenin, Mao, Hitler); y en nuestros días lo vemos en la dinastía Kim en Corea del Norte, donde las multitudes tienen la obligación de presentar su respeto y reverencia a los padres y «salvadores» de la patria. Nada nuevo debajo del sol.

Las religiones también lo hacen de otra forma. El islam postrándose en dirección a la Meca, donde hay una pequeña piedra negra en la Kaaba, eje central de su idolatría. Hoy se adora la ciencia, la tecnología, el humanismo, el deporte y muchas otras formas de idolatría que recorren las naciones desde que se extendieron a partir de Babilonia.

Volvamos a Nabucodonosor. En su reino había algunos judíos que no adoraban estatuas, ni hombres. El rey caldeo, lleno de soberbia, olvidó pronto el mensaje de Daniel y se colocó él mismo en el centro de la adoración. Tuvo otro sueño, en este caso de un árbol, cuya altura era grande (4:10); y que volvía a representarle a él mismo. La soberbia lo pudo y fue entregado como animal a comer hierba, hasta que reconoció el reino sempiterno del único Dios cuyo señorío es de generación en generación, y por todas las edades (4:34).

         Dios da y Dios quita. Su reino es eterno y permanece para siempre.

Download PDF

Deja un comentario