La gloria (es) de Dios (9)
El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ungió el Señor; me ha enviado… a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado… (Isaías 61:1,3).
La gloria es de Dios, y sus destellos son compartidos con todos aquellos que le aman. Yo amo a los que me aman, dice el proverbio (8:17). Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto a conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré (Salmos 91:14,15). Por tanto, la gloria de Dios nos alcanza y transforma cuando venimos a Jesús, canalizador de la manifestación de su gloria.
El Mesías entró en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado, y como era su costumbre, se levantó a leer. Se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito el texto que tenemos para meditar (Lucas 4:16-20). En ese pasaje tenemos la esencia del ministerio de Jesús en la tierra. Ungido para dar buenas nuevas a los pobres, para sanar y pregonar libertad, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos, predicar el año de gracia, y ordenar que a los afligidos de Sión se les de gloria en lugar de ceniza. Abrió un camino nuevo y vivo a través de su carne, cuando fue entregado a la muerte, para que a través de este camino pudiéramos entrar al lugar santísimo en plena certidumbre de fe, y podamos acercarnos a Dios, por fe, al lugar de su morada (Hebreos 10:19-22).
El camino de retorno a la gloria perdida en Adán se ha abierto de nuevo. Jesús es el camino… Y en ese intercambio podemos cambiar ceniza por gloria, luto por gozo, espíritu angustiado por un manto de alegría, muerte por vida. Esta es la esencia del evangelio de la gracia de Dios. Es lo que no pueden comprender los verdugos que hostigan a los santos y lo han hecho a través de los siglos. Esteban, en medio de la hostilidad de sus asesinos, lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios (Hechos 7:55 LBLA). En la tierra persecución y muerte, aflicción y ceniza, luto y angustia, pero en el cielo gloria y majestad; el Señor de pie para recibir a su testigo que entregaba su vida rodeado de crujir de dientes, aquellos que no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que les hablaba. Vieron su rostro como el de un ángel, y a pesar de ello, la magnitud de su odio religioso sectario les impedía comprender que el bueno de Esteban veía los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la diestra del Padre. La gloria de Dios en medio del martirio. Las piedras sellaron la entrada a la presencia de Dios.
Gloria y gozo en lugar de ceniza para los que entregan su vida al Rey.