Te exaltaré mi Dios, oh Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Todos los días te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre. Grande es el Señor… y su grandeza es inescrutable… el glorioso esplendor de tu majestad… y yo contaré tu grandeza… la memoria de tu mucha bondad, y cantarán con gozo de tu justicia. Clemente y compasivo es el Señor, lento para la ira y grande en misericordia. El Señor es bueno para con todos, y su compasión, sobre todas sus obras… y tus santos te bendecirán (Salmos 145:1-10).
Podemos ver en este salmo tres partes complementarias del reino de Dios sobre los hombres. Primeramente vemos al Rey, luego su Reino y por último la acción del reino sobre sus siervos, la ayuda de su gobierno sobre los hombres. Primeramente el Rey. El salmista, una vez más, fija su mirada en el Rey. Su carácter. Toda alabanza y adoración debe tener un epicentro nuclear inamovible: el Rey. Todo el libro de Apocalipsis gira alrededor del trono de Dios. Es el centro de donde emana la revelación y a quién se adora. El Universo entero tiene un centro: el trono de Dios. Y toda la creación redimida exalta al que está sentado en el trono y al Cordero, que es el Rey, el León de la tribu de Judá. David tuvo esa revelación mucho antes que el apóstol Juan. Supo que la vida del hombre debe girar en torno a la exaltación del Rey. Al conocer el carácter de Dios centró su alabanza en sus cualidades. Es el Rey, el Señor, su grandeza es inescrutable, su majestad de un esplendor glorioso, su mucha bondad, su justicia, clemente y compasivo, lento para la ira y grande en misericordia. Es bueno para con todos, y ha derramado su compasión sobre todas sus obras. A este Rey, mi Dios, todos sus santos le bendecirán. Nuestro hombre escogió caer en manos del Señor, porque muy grandes son sus misericordias; pero no caiga yo en manos de hombre (1 Crónicas 21:13). Lo declaró después de haber realizado un censo indebido.
¡Oh Señor y Rey, te exaltamos! Levanta el tabernáculo caído de David en Sión, y en todas las naciones, y veamos tu majestad todos los pueblos. Amén.