Hombres impíos – No heredarán el reino
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9,10)
La sociedad en la que vivimos tiene unos niveles de permisividad y tolerancia a todo tipo de manifestaciones contrarias a la ley de Dios que ha permeado a la misma iglesia del Señor. La forma de ver las cosas de la cultura occidental, donde nada es pecado porque no hay Dios a quién dar cuenta; donde todo se reduce a un relativismo moral con muy pocas restricciones, y cuando las hay se presiona mediante lobbies para disolverlas. En ese escenario nos encontramos con una tolerancia que parece hacer más libre al ser humano porque no coarta su libertad de acción, pero que conduce irremediablemente a su propia destrucción.
Porque el pecado es afrenta de las naciones, pero la justicia engrandece a la nación (Proverbios 14:34). Porque la paga del pecado es muerte. Y porque no podemos engañar a Dios, pues todo lo que el hombre siembra, eso también siega. Por eso, dice el apóstol en nuestro texto: No erréis. Hay conductas del ser humano que no pasan desapercibidas en el trono de gracia y santidad. Hay un trono de justicia que juzga con equidad a los hombres y los pueblos.
El Dios revelado en la Escritura es santo, no tendrá por inocente al malvado. Por tanto, quienes transgrediendo la ley moral o natural practican una vida licenciosa, no heredarán el reino de Dios. Los impíos no heredarán el reino de Dios. Quienes practican el pecado, −y el pecado es infracción de la ley de Dios (1 Juan 3:4)−, no podrán acceder a la herencia reservada a los justos. Aquellos que sí guardan sus mandamientos y le obedecen podrán tener entrada al reino eterno de nuestro Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:11). Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21:8). La lista es larga, pero podemos resumirla en el término genérico: los impíos.
La esperanza del evangelio, dice el apóstol Juan, es esta: Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados… y para deshacer las obras del diablo (1 Juan 3:5,8). Jesús es la entrada al reino por la fe y el arrepentimiento.
Hay un mundo nuevo preparado para los hijos del reino. No entrarán en él los impíos que viven a espaldas de la ley de Dios; aquellos que llevados por su iniquidad desprecian la puerta de entrada en la persona del Mesías.