LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (2)
Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:20-21).
La fe viene por el oír, y se fortalece creciendo cuando damos gloria y alabanza a Dios por la fidelidad de sus promesas. Una fe fuerte y madura es aquella que se alimenta constantemente de la gratitud. Como diría el salmista, bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. La fe de Caleb y Josué se sostuvo en medio de la incredulidad predomínante de sus compañeros de viaje a Canaán por confiar en la promesa de Dios. Hubo en ellos otro espíritu, el espíritu de fe, contrario a la queja y la incredulidad (siempre hermanadas), que los llevó a conquistar la herencia prometida como únicos representantes de toda aquella generación. Así está escrito: Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión (Nm.14:24). Aquí vemos que la fe es una decisión. La fe determina la calidad de nuestro espíritu. Y esa decisión está sostenida sobre las promesas de Dios. Fue el ejemplo del padre de la fe.
Cuando a Abraham se le dio la promesa de tener un hijo no se debilitó mirando las circunstancias naturales de su cuerpo envejecido. Puso sus ojos en el Autor de la fe. Y al sentir la realidad de sus debilidades evidentes, no quedó atrapado por ellas, sino que inmediatamente dio gloria a Dios, elevó su gratitud y confianza en las promesas de la Roca que lo había prometido. Este conflicto no fue cosa de un día ni dos, pasaron unos cuántos años desde que recibió la promesa hasta que se cumplió. Durante ese tiempo anduvo en fe, una actitud de confianza en su corazón que impedía sus razonamientos humanos elevándose al trono de la gracia. Y por la fe y la paciencia heredó la promesa (Heb.6:12). Todo un compendio, un máster, de la verdad que enseña: si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gá.5:25).
El apóstol Pablo tomó el ejemplo de Abraham para poner las bases del evangelio que expone en su carta a los Romanos. La justicia de Dios es por medio de la fe. Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe es confianza en la promesa del Dador y Hacedor de todas las cosas, por tanto, la fe que sabe y recibe agradece por sus beneficios. Vive en adoración levantando un altar de alabanza a lo largo de su peregrinaje, como vimos en la vida de Abraham y los patriarcas en los primeros capítulos de esta serie. Justificados por la fe, tenemos paz con Dios; nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, y también en las tribulaciones, con gratitud (Rom.5:1-3).
Nuestra fe se fortalecerá y crecerá mediante un corazón agradecido.