Sacrificios de alabanza y gratitud (14)
Ciertamente los justos alabarán tu nombre [darán gracias a tu nombre LBLA]; los rectos morarán en tu presencia (Salmos 140:13).
Los que alaban a Dios de todo corazón están sometidos a su voluntad. El acatamiento de su voluntad determina los términos de su reino. Como dice el salmista en otro lugar: En todos los lugares de su señorío, bendice, alma mía, a Jehová (Salmos 103:22). Por tanto, la verdadera alabanza tiene lugar donde el Señor reina en corazones rendidos. Los que han hecho con él pacto con sacrificio (Salmos 50:5). Y esa rendición tiene lugar cuando somos hechos justos por la justicia de Dios al aceptar su pacto. Por tanto, los justos alabarán su nombre, y los rectos morarán en su presencia.
La fe de Abraham le fue contada por justicia, porque no dudó de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era poderoso para hacer todo lo que había prometido. Y no solamente le fue contada a él esa fe por justicia, sino como está escrito: también con respecto a nosotros, a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:20-25). Esta verdad central de la Escritura nos habilita para la verdadera alabanza. Sin la imputación de la justicia de Dios por la fe en la obra redentora de Jesús no podemos ser declarados justos.
El Señor escoge un pueblo —Israel— para que publique sus alabanzas. Como está escrito: Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará (Isaías 43:21). Y en el Mesías, ese pueblo se ha extendido y ampliado a todas las naciones. Mediante la manifestación de la gracia de Dios para salvación a todos los hombres, se nos enseña a renunciar a la impiedad y vivir vidas sobrias, justas y piadosas, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:11-14).
Este es el camino para poder ofrecer a Dios sacrificio de alabanza, fruto de labios que confiesan su nombre. Es el camino nuevo y vivo que Jesús nos abrió para poder acercarnos hasta el trono de la gracia, y estando en ese lugar, en lugares celestiales, en su presencia, podemos alabarle en rectitud. Por tanto, adorar a Dios no es para entrar en su presencia, sino que estando en su presencia le adoramos. Debemos abandonar la conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo (Hebreos 9:14).
La justicia de Dios en Cristo nos habilita para alabarle y darle gracias en su misma presencia haciéndolo con rectitud.