GRATITUD Y ALABANZA (46) – No glorificaron a Dios – Queja y murmuración

GRATITUD Y ALABANZA - 1No glorificaron a Dios – Queja y murmuración

… y haré cesar delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros (Éxodo 32:4-6).

Si hay un disolvente que mata la gratitud es la queja continua. El hábito de quejarse amarga el alma y busca continuamente culpables a quienes cargar con sus desdichas. Una vez encontrados la murmuración avanza mediante argumentos, verdaderos o falsos, justificando y asentando una forma de vida nociva que solo traerá desdichas para sí mismo y a quienes nos rodean. El apóstol Pablo enseña en su carta a los corintios que debemos aprender de la historia del Israel antiguo (1 Corintios 10:6-11), —el pueblo que salió de Egipto con mano fuerte y brazo extendido (Éxodo 14:8) (Deuteronomio 5:15), pero que murmuraron una y otra vez, quejándose de las dificultades que fueron encontrando en su camino a Canaán, olvidando la poderosa salvación que habían experimentado—, para que no hagamos lo mismo. La queja y murmuración llegaban al mismo trono de Dios y le desagradaban en gran manera. Por su parte nuestra gratitud y alabanza le glorifica.

La queja siempre encuentra argumentos para expresarse. Vivimos en un mundo donde se acumulan los motivos para quejarnos y amargarnos. Sin embargo, hasta que no seamos conscientes que la queja, con la murmuración que le sigue, desagrada a Dios y se elevan como un pecado que puede impedir la entrada a la bendición del Señor, no la trataremos como el verdadero cáncer que es. Un corazón quejoso y murmurador no ha entendido correctamente la salvación de Dios.

Cuando nuestro espíritu despierta a la realidad de una salvación tan grande; a la entrega por amor del Hijo de Dios en la cruz del Calvario por nuestra redención, podremos elevar nuestra gratitud eternamente. El salmista dice: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. En ese olvido de los beneficios recibidos radica gran parte de nuestra enfermedad.

El alma sana con gratitud y enferma con la queja. Aferrarse a los argumentos que sustentan la murmuración nos introduce en una cárcel que nos atrapará en esclavitud amargando nuestra existencia. La generación que salió de Egipto, excepto Josué y Caleb, no pudieron entrar en la tierra prometida por el hábito de la queja, el pecado de la murmuración, con la desobediencia y la incredulidad que le acompañan.

Un corazón habituado a quejarse y murmurar siempre busca culpables de sus desdichas para convencerse de la justicia de sus argumentos. La ceguera le impedirá ver que el peor daño se lo hace el mismo. Cuando vivimos agradecidos descansamos en las manos del Padre.

         Quejarse y murmurar es fácil y placentero para las almas enfermizas, pero el de corazón alegre y agradecido tiene un banquete continuo.

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