Un altar de gratitud (3)
Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios… (Romanos 4:19,20)
A toda confesión de fe le viene su hora de la prueba. Invocar el nombre de Jesús no es algo mágico. Algunos lo hicieron, como los hijos de un tal Esceva. Estos intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Pero respondió el espíritu malo, diciendo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? (Hechos 19:13-15).
También el padre de la fe tuvo su hora de la prueba. Después de varios años de haber recibido la promesa de Dios de que tendría un hijo de Sara, la realidad física se imponía y la promesa no se cumplía. Llegado a los cien años y su mujer habiendo perdido la costumbre de las mujeres, las circunstancias diarias eran inciertas. Muchos habrían abandonado la esperanza del cumplimiento de la promesa recibida, hubieran usado razonamientos para aceptar lo que parecía inevitable. Sin embargo, el padre de la fe, haciendo honor a su patriarcado, no solo no se debilitó en la fe, sino que se fortaleció en esas circunstancias adversas, y lo hizo dando gloria a Dios, alabando al Señor por su fidelidad, agradecido porque la palabra de Dios que sale de su boca no vuelve a Él vacía sin cumplir el propósito para el cual ha sido enviada.
Abraham, una vez más, se puso en camino rumbo al monte Moriah, donde el Señor le había dicho que la promesa ya cumplida debía sacrificarla en el altar. Su hijo Isaac, tan querido y esperado, debería ser entregado en las manos del Proveedor. La fe se alzó a cotas insuperables. El hombre que conoce a su Dios se esfuerza y camina tres días, con sus noches, rumbo al altar del sacrificio. Y en aquel lugar de adoración una nueva revelación de Dios encumbró al patriarca: Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto (Génesis 22:14). El Altísimo había provisto un carnero ocupando el lugar del hijo amado de la promesa.
Así es el amor de Dios. Levantó un altar en el monte de la Calavera ofreciendo a su Hijo, para que todo aquel que en él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna. En el altar de Dios hay un sacrificio único, irrepetible, hecho una vez y para siempre, cuya sangre nos limpia de todo pecado y sana nuestras heridas. El Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Abraham se fortaleció en fe dando gloria a Dios. Nuestra fe también se fortalece mediante la gratitud y alabanza por el don inefable.
El altar de alabanza y gratitud siempre nos fortalecerá en la prueba.