Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar. Este es mi consuelo en la aflicción: que tu palabra me ha vivificado (Salmos 119:49-50).
¿Tiene Dios mala memoria? ¿Se olvida de lo que ha dicho? Por el tipo de vocabulario que vemos en algunas Escrituras parecería que así es. A menudo encontramos este argumento en las oraciones de quienes le buscan. Lo vemos hasta siete veces en el libro de Nehemías (1:8; 5:19; 6:14; 13:14, 22,29 y 31). La vida de oración viene a ser un recuerdo de lo que Dios ha dicho y prometido en el Pacto para cumplirlo. Lo hizo Nehemías en su oración una vez que oyó el informe trágico de la situación de Jerusalén. Acuérdate ahora de la palabra que ordenaste a tu siervo Moisés… Nuestra vida de oración debe tener el fundamento de la palabra de Dios, pidiendo con confianza que se cumpla su voluntad, porque en ella la tenemos revelada (1 Juan 5:14,15). Lo hizo Daniel al descubrir en el libro de Jeremías los años de desolación sobre Jerusalén (Daniel 9:1-4). Hoy podemos hacerlo, basados en los profetas, que profetizaron la restauración de Israel en su tierra después de ser esparcidos por las naciones (Amós 9:14-15). Podemos pedir tiempos de refrigerio y restauración para nuestra nación antes de que venga el Deseado de los pueblos (Hechos 3:19-21). Hay un tiempo de espera ocupada trayendo a la memoria del Señor Su misma palabra. Lo que está escrito es para que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza (Romanos 15:4). Tener la mirada en su palabra vivifica nuestras vidas y es medicina a nuestros huesos (Proverbios 4:20-27).
Acuérdate, Señor, de la palabra dada a Israel y a nosotros. En ella esperamos su cumplimiento. Vivifícanos. Amén.