GRATITUD Y ALABANZA (30) – La gloria (es) de Dios ( 8 )

GRATITUD Y ALABANZA - 1La gloria (es) de Dios (8)

Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; más sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria (Isaías 60:1,2).

Todo el capítulo sesenta del profeta Isaías, y prácticamente hasta el final de su libro, habla de la gloria futura de Sión; del reino mesiánico. Sin embargo, las primicias de ese reino ya las tenemos mediante la obra del Espíritu Santo en los redimidos del Señor. En Cristo somos hechos partícipes de los poderes del siglo venidero (Hebreos 6:5). Por tanto, de su gloria, aquella que perdimos en Adán y recuperamos en el Mesías. En su oración sacerdotal Jesús dijo: La gloria que me diste, yo les he dado… (Juan 17:22). Podemos gustar su gloria cuando le adoramos en Espíritu y verdad; su presencia nos transforma cuando honramos y alabamos su nombre eternamente y para siempre. Por lo cual podemos decir, la gloria del Señor ha amanecido sobre ti… y sobre ti será vista su gloria.

Las naciones han sido invadidas de oscuridad por la falsa adoración. Todos los lugares de ídolos son territorio de sombras, invaden lugares físicos desde donde el reino de las tinieblas ejerce su dominio sobre los corazones de los hombres. La idolatría permite la «legalidad» de la acción de Satanás y sus mensajeros. Los mayores focos de corrupción de la tierra son lugares donde se ejerce la voluntad del ángel caído y se reconoce su falsa adoración mediante ídolos visibles o invisibles.

Pero Dios habita en medio de las alabanzas de su pueblo (Salmos 22:3); pone su trono en medio de la verdadera adoración en Espíritu y verdad. En los momentos de auténtica adoración nuestro espíritu penetra a la  dimensión celestial, se funde con la exaltación en el cielo; palpamos su presencia casi tangible de donde no queremos salir; como Pedro en el monte de la transfiguración. La verdadera adoración al Dios único nos introduce en la dimensión eterna para la que fuimos creados. Todo nuestro ser se sumerge en una atmósfera donde la gravedad pierde su atracción sobre nosotros, nuestro espíritu vuela en libertad, y la paz que sobrepasa todo entendimiento nos invade despejando todas las tinieblas. Su luz alumbra nuestros ojos del entendimiento para poder ver las maravillas de su ley. Los sentidos espirituales se ejercitan y su gloria nos transforma. La presencia de Dios en la vida de Moisés fue tan palpable que tuvo que poner un velo cuando regresaba del monte. Y sin embargo, hay una gloria mayor, la gloria postrera de la casa, el ministerio de justificación, la gloria que permanece (2 Corintios 3:7-11).

         La falsa adoración de ídolos hunde a las naciones en oscuridad; pero adorar al Dios único nos introduce en la gloria postrera que nos transforma.

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