Los profetas de Israel (LXIV) – Jeremías (2)
En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de YHVH, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de YHVH en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón. En aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres… Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mí (Jeremías 3:17-19)
El alcance de la palabra profética es ilimitado. Cuando ha salido de la boca de Dios y es enviada a sus siervos para ser anunciada y establecida en la tierra, contiene una dimensión eterna que no volverá a Él vacía sin haber realizado el propósito para el cual es enviada. Ese alcance puede hacer una primera parada en el tiempo del mismo profeta, para continuar avanzando en diversas variantes que tendrán cumplimiento más adelante.
Su palabra es espíritu y vida. Es eterna y permanece para siempre. Tiene distintas capas de revelación que se superponen en una armonía establecida antes de la fundación del mundo. El Señor, que había conocido a Jeremías antes de que fuese formado en el vientre de su madre, y antes de que naciese en este mundo fue apartado como profeta para las naciones, le comisionó poniendo en su boca las palabras que luego tomarían forma en el tiempo y espacio adecuado para establecer su voluntad en la tierra mediante la palabra expresada.
Es el mismo principio que aparece en el primer capítulo de Génesis donde Dios: dijo, vio, separó y llamó. Una vez anunciada y liberada la palabra viviente de Dios en la tierra su acción es inevitable. Aquí entramos en una diversidad de complejidades teológicas que pueden mantenernos en una discusión sin fin, pero no lo haremos.
El mensaje de Jeremías tiene una diversidad de contenidos. Por un lado la apelación a volver al camino constatando la desobediencia obstinada de aquella generación; pero por otro se anuncia ya en ese momento un tiempo futuro completamente distinto.
Jerusalén será llamada trono de YHVH. Las naciones vendrán a ella dejando la dureza de su malvado corazón. Israel y Judá volverán a su Dios llamándole «Padre mío», y nunca más se apartarán de él una vez que regresen del cautiverio. Esta es una referencia clara a la era mesiánica venidera en una ciudad que sería conquistada de forma inminente por los babilonios; en un tiempo cuando finalizaría el reinado davídico y su trono erradicado, se anuncia el levantamiento del trono del Señor. La palabra viviente contiene una dimensión espiritual única.
En medio de una generación objeto de la ira divina aparece el mensaje de restauración del trono de Dios en la ciudad que espera su destrucción.