60 – LA LUCHA INTERIOR (Fin de la Serie) – La liberación de un cuerpo de muerte

Lucha interiorLa liberación de un cuerpo de muerte

¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado  (Romanos 7:24-25).

Hay quienes son partidarios de cambiar el vocabulario en la predicación del evangelio para hacerlo —dicen— más accesible al hombre no religioso. Damos por hecho que la terminología bíblica es ininteligible y buscamos la forma de acercarlo a la mente natural. Craso error. No estoy de acuerdo. Pablo habla de lucha interior, de guerra, de prisiones, de muerte y por supuesto del libertador. El lenguaje no puede ser más claro. Somos esclavos. Hemos nacido en pecado. Tenemos una naturaleza pecaminosa que se opone a Dios. Necesitamos un libertador de este cuerpo de muerte, y para ello debemos diagnosticar la enfermedad, sin eufemismos, ni pretender hacerla más agradable conduciéndonos irremediablemente a la muerte eterna.

Nos hemos vuelto demasiado blandos. Hemos abandonado, por cobardía, la proclamación de la verdad cruda, sin epidurales que mitiguen el dolor. Hay dolor. Hay sufrimiento. Y habrá más si no hablamos claro en lo tocante a la realidad del estado del hombre. Pablo ha expuesto en este capítulo un conflicto que desemboca en un clamor, un grito desgarrador: «¡Miserable de mí!». El hombre es un ser miserable sino resuelve su necesidad de ser librado del mal que lo domina. «¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?» El mismo clamor pone de manifiesto que el hombre al que se refiere Pablo está atrapado y tiene la necesidad de ser liberado.

Y la liberación no es de una cárcel siberiana, sino de un cuerpo muerto pegado al que clama, atado a la persona que grita desesperada por liberación. ¡No podemos vivir enlazados a un cuerpo muerto! La muerte acabará oliendo mal, descomponiendo el cuerpo y afectando con su podredumbre al que lo lleva ligado. Es una imagen aterradora y una realidad aún peor. Si no hay clamor por liberación es porque no hay consciencia de la compañía a la que estamos atados. Los que perciben el olor de muerte del hombre carnal claman con desesperación, y es a ellos a quienes se dirige Pablo: «Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro». Amén.

         El grito de desesperación por la muerte que llevamos atada culminará con la liberación de ser unidos en yugo con Jesús. Soltamos la muerte y abrazamos la vida. Jesús es la vida, nuestra nueva vida en libertad.

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