Una promesa de largo alcance
Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… Y Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame (Hechos 2:33,38,39).
Dios es veraz. Su palabra es verdad y se cumple. Hay un tiempo para cada cosa debajo del sol. Dios tiene sus tiempos y se cumplen según sus designios en la tierra. Estamos ante uno de muy largo alcance. Jesús ha sido glorificado (exaltado) a la diestra del Padre, el cielo lo ha recibido en honor de multitudes. Ha sido coronado como Señor y Mesías. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hch.2:36). ¿Por qué lo sabía el apóstol Pedro? Porque se estaba cumpliendo lo anunciado por el Maestro en los días de su carne. Les había dicho que no se fueran de la ciudad de Jerusalén, que esperaran la promesa del Padre, la cual vendría una vez que él fuera glorificado a la diestra del trono de Dios (Jn.7:37-39).
Ahora el cielo daba testimonio de este hecho celestial, y los apóstoles en la tierra de Israel podrían constatarlo viendo y oyendo lo que acabada de suceder. De la misma forma que Dios dio testimonio a Israel en el Sinaí a través de Moisés, ahora daba testimonio, también a Israel, mediante el derramamiento del Espíritu Santo. Sepa, ciertísimamente, toda la casa de Israel. Se daba así inicio a una nueva dimensión de la revelación de Dios como resultado de la obra redentora de Jesús y su glorificación a la diestra del Padre.
La obra estaba consumada. Los discípulos debían darla a conocer en Jerusalén, Judea, Samaria y a todas las naciones. Habían sido investidos de poder con ese fin. Y todos aquellos que se arrepintieran de sus pecados, reconocieran a Jesús como Mesías y Señor experimentarían también la promesa del Padre, el don del Espíritu Santo, porque la promesa era para ellos y sus hijos (la siguiente generación de judíos), y para todos los que estaban lejos (seguramente se refiere a los dispersos de la casa de Israel), y para todos aquellos cuántos el Señor llamare, es decir, a todas las naciones.
A partir de este momento la historia de la humanidad entró en una nueva era. El mensaje eterno del evangelio de Dios emergió al mundo desde Jerusalén.
La promesa de Dios de enviar su Espíritu a todo aquel que invoque el nombre de Jesús no tiene límites nacionales, es para todo el mundo.