La esperanza de Israel – Uno de los malhechores
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:42,43)
La Escritura deja constancia inequívoca de que había una expectación muy amplia entre la población judía de la manifestación del reino de Dios en la persona del Mesías, hijo de David. La espera en la consolación de Israel, su redención, y la inmediata consumación del advenimiento del reino prometido estaba en un nivel muy alto. El mensaje reincidente y constante de Jesús sobre la llegada del reino no hacía más que exacerbar dicha expectativa. Hemos visto que se proclamó en su nacimiento. Lo vemos en el inicio de su ministerio público a Israel. Jesús lo expone ampliamente en una diversidad de parábolas, y deja claro que si echa fuera los demonios por el Espíritu el reino de los cielos se ha acercado.
Ahora bien, hemos visto que hay tres aspectos del reino de Dios. Uno en el corazón, aceptando al rey como Señor. Otro que tendrá su manifestación en la ciudad de Jerusalén donde se levantará el trono de David nuevamente; y el tercero llamado reino eterno al final de los tiempos. La mayoría de los seguidores del Mesías unían las dos primeras manifestaciones del reino en una misma. Por tanto, muchos creían, entre ellos los propios discípulos, que el reino se manifestaría en breve en la ciudad de Jerusalén.
El pasaje que tenemos para estudiar demuestra que aunque el rey había sido clavado a una cruz, la esperanza de la manifestación de su reino no se había perdido. Uno de los dos malhechores, crucificado al lado de Jesús, lo puso de manifiesto claramente: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. El espíritu profético que había en esos días en la ciudad de Jerusalén actuaba como una poderosa influencia sobre las multitudes. Incluso sobre quienes no seguían al Maestro. El que llamamos «buen ladrón» mantenía esta expectativa. Pero, el otro, que llamamos «el mal ladrón» también quiso arrancar un último beneficio de aquel a quien llamaban Rey de los judíos, diciéndole: Si tú eres el Cristo [el Ungido y Mesías], sálvate a ti mismo y a nosotros.
El mensaje de la mesianidad de Jesús, con la manifestación inminente de su reino, había calado en toda la sociedad, y no debemos simplificarlo diciendo que tenían una esperanza política del Mesías, porque todos los profetas habían hablado con claridad de la redención múltiple que llevaría a cabo el hijo de David, incluyendo la liberación del yugo romano.
La expectativa de la inminente manifestación del reino mesiánico se había apoderado de la sociedad jerosolimitana de tal forma que incluso los ladrones colgados al lado de Jesús la mantuvieron hasta el final.