Engaño masivo (8)
Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno (1 Juan 5:18,19)
Hay frases en la Escritura que son determinantes, categóricas. Una de ellas la encontramos en la carta de Juan: el mundo entero está bajo el maligno. O como dice otra versión: el mundo que nos rodea está controlado por el maligno. Y en otro lugar se nos exhorta a no conformarnos al sistema de este mundo, sino ser transformados. Ese dominio que ejerce su tiranía sobre el mundo entero lo hace especialmente sobre aquellos que practican el pecado viviendo alejados de la ley de Dios. El pecado es infracción de la ley. Lo encontramos en la misma carta de Juan. Todo el que peca viola la ley de Dios, porque todo pecado va en contra de la ley de Dios (1 Juan 3:4).
Cuando vivimos trasgrediendo las leyes divinas nos ponemos bajo la tiranía del maligno que tendrá derecho legal de actuar sobre nuestras vidas con todo su potencial destructor. Nuestra sociedad no solo se ha alejado de la ley de Dios, sino que la resiste, la combate con obstinación, y persigue a quienes deciden obedecerla. Esta actitud coloca nuestras naciones a merced de los poderes de las tinieblas que no dudarán en destruirlas. La historia nos enseña que las naciones antiguas siempre respetaban sus dioses, eran temerosos de provocarlos, entendían que hacerlo los ponía en desventaja y derrota. Fue la actitud que tomaron en el barco que transportaba a Jonás. Cuando se desató la tormenta, los desesperados marineros pedían ayuda a sus dioses, mientras tanto Jonás dormía. Cuando se dieron cuenta de su negligencia le gritaron: ¡Levántate y ora a tu dios! Quizá nos preste atención y nos perdona la vida (Jonás 1:4-6).
Hasta la llegada del racionalismo y la ilustración las naciones de la tierra eran conscientes de su fragilidad y necesidad de los poderes celestiales. Cada pueblo tenía su mitología y entendían, con mejor o peor acierto, que los dos mundos, el visible y el invisible están conectados siendo vasos comunicantes. El pecado atrae la ira de un Dios justo que desarma a las naciones ante los ataques de infortunio producidos por el maligno. Una nación sin protección espiritual es peor que no tener fuerzas armadas para su defensa. Hemos caído en la insensatez y soberbia de apoyarnos en nuestras propias limitaciones quedando a merced del maligno que nos zarandea como a trigo. Vivimos el resultado de la acción del diablo en colaboración con hombres malvados.
Ignorar al que viene a robar, matar y destruir entregándonos al desenfreno provoca la ruina de nuestras sociedades. Volvamos a Dios.