LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (12)
Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12:28-29).
La vida del hombre nacido de mujer —diserta Job en su libro— es corta de días, y hastiada de sinsabores; sale como una flor y es cortada, huye como una sombra y no permanece (Job 14:1,2). Ese mismo hombre anegado de vanidad, diría Salomón, ha sido creado con el concepto de eternidad en su corazón (Ecl. 3:11 BTX IV edición). La vida humana se desarrolla en medio de un conflicto temporal y el anhelo de eternidad. Corrupción e incorrupción. Las limitaciones del cuerpo presente con el deseo de la eterna juventud. Un conflicto interior que no ha sido resuelto debidamente hasta ahora. Sin embargo, debemos aprender a contar nuestros días de tan manera, que traigamos al corazón sabiduría (Sal.90:12).
La temporalidad de una vida pasajera se enfrenta con la trascendencia soñada. La Escritura revela este conflicto una y otra vez, y lo resuelve como nadie. Hay un reino inconmovible y eterno preparado para los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia. Una gracia revelada en la persona del Mesías que nos abrió un camino nuevo y vivo para poder acercarnos a la eternidad con la confianza de la fe. La carta a los Hebreos nos habla de ese acercamiento en varias ocasiones. Podemos acercarnos al trono de la gracia confiadamente, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb.4:16). Teniendo un gran sumo sacerdote sobre la nueva casa levantada en tres días, podemos acercarnos al lugar santísimo en plena certidumbre de fe (Heb.10:22). Es el reino que Jesús anunció en primicia, y que Dios ha preparado para heredarlo desde antes de la fundación del mundo. De ahí el anhelo de eternidad innata del ser humano.
Ahora el autor de la carta a los Hebreos nos dice que una vez recibido este reino inconmovible tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios todos los días de nuestra vida. Ese servicio es también una primicia de nuestro estado futuro. Por eso la vida cristiana es una nueva manera de vivir, dejando la vieja y vana forma de vida que hemos heredado de nuestros padres. Una vez recibido el reino en nuestros corazones, y habiendo entrado en él mediante el nuevo nacimiento, vivamos, —nos dice el apóstol Pedro—, el tiempo que resta, no en las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios (1Pedro 4:2), agradándole con temor y reverencia. Por tanto, la vida eterna comienza ya ahora una vez recibimos al Rey de los siglos como Señor de nuestras vidas. Esta es la síntesis de la vida cristiana, no un sistema religioso.
La gratitud nos conducirá a un servicio fructífero y agradable a Dios.