GRATITUD Y ALABANZA (45) – No glorificaron a Dios – El becerro de oro

GRATITUD Y ALABANZA - 1No glorificaron a Dios – El becerro de oro

Entonces dijeron: Israel, éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para YHVH… Y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse (Éxodo 32:4-6).

Finalmente Faraón dejó salir a Israel para celebrar la fiesta del Señor en el desierto. Después de una gran resistencia y obstinación, que es idolatría, el rey de Egipto cedió. Las plagas hicieron su obra, especialmente la última, cuando en cada casa de Egipto hubo un muerto, el primogénito de cada familia, incluyendo la de Faraón. Israel pasó el mar Rojo; Miriam y las mujeres cantaron y bailaron con todo el pueblo el cántico de liberación. Pronto llegaron a Mara, la amargura por la dureza del desierto, para encontrarse con Elim, fuentes de agua y refrigerio. Y por fin alcanzaron el monte Sinaí, la montaña donde tiempo atrás el Señor se había manifestado a Moisés en la zarza ardiendo diciéndole: serviréis a Dios sobre este monte (Éxodo 3:1,12). Israel acampó. Moisés subió al Sinaí y durante cuarenta días y cuarenta noches estuvo recibiendo la ley de Dios para el pueblo.

Mientras tanto, la multitud de los redimidos, liberados de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, —cansados de esperar—, pronto recuperaron la influencia idólatra en la que habían vivido en Egipto durante varias  generaciones. Un pueblo impaciente dio lugar a los viejos pensamientos con los hábitos religiosos que habían copado su alma durante mucho tiempo. Rápidamente pasaron de la gratitud por la redención al desenfreno de la fiesta pagana. Fueron a Aarón para que les hiciera un ídolo que pudieran ver, dando forma a las joyas de oro que le trajeron y de las que salió un becerro. Y con toda naturalidad dijeron: Israel, éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto.

Organizaron una fiesta alrededor del nuevo culto, comieron, bebieron y se regocijaron. El alma humana sedienta de religiosidad pronto inventa dioses y cultos conforme a sus necesidades que den respuesta a su destino. Y con ello llegó el desenfreno y la corrupción que el líder provisional, Aarón, había permitido ante el impulso de la mayoría. Con estos ingredientes la hechicería de los sentidos tomó el control del alma humana reduciéndola a un bocado de pan en manos de fuerzas espirituales idólatras que los dominaron y subyugaron. La mente, enajenada, y la voluntad sometida a los sentimientos descontrolados, abandonan al espíritu que bajo una influencia paralizante se pierde en la confusión del pecado. Israel ha perdido el rumbo y en lugar de celebrar la fiesta del Señor han liberado un culto falso de Egipto.

         El alma humana, inclinada a los ídolos, fácilmente puede confundir la adoración al único Dios con fiestas paganas que le roban la gloria.

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