La base de la redención es el amor
Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8 LBLA)
En palabras del salmista: Alto es, no lo puedo comprender (Sal. 139:6). Toda la obra de redención es incomprensible a la condición humana. Para los que se pierden es locura, para los que se salvan, es poder de Dios. Como oí a un predicador no hace mucho: Dios podía haber acabado con el hombre cuando cayó en pecado, desecharlo y comenzar algo nuevo. A los mismos ángeles que cayeron no los ha perdonado, sino que los ha guardado en prisiones de oscuridad hasta el día del juicio (2 Pedro 2:4). Sin embargo, ha querido socorrer a la descendencia de Abraham (Heb.2:16).
Aún siendo pecadores. No que hayamos pecado, sino que la misma naturaleza de pecado se extendió a nuestra propia naturaleza corrompiéndola ampliamente. Recibimos la naturaleza del ángel caído. Una naturaleza rebelde, de oposición al Creador, invadida por la oscuridad, que produjo rápidamente dolor y muerte en el mundo. Estando en esa condición, perdidos y destinados a la muerte eterna, Dios nos amó. Y lo hizo de tal manera que dio a su Hijo Unigénito en rescate por muchos. El amor de Cristo nos constriñe, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Co.5:14).
La persona que recibe este amor, que por otro lado ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos fue dado (Ro.5:5), quedará unida para siempre al que le ama. El amor es de Dios, porque Dios es amor. Pero el amor no se goza en la injusticia, sino que se goza de la verdad. Este amor de Dios nos conduce a una rendición incondicional para vivir siempre agradándole. José, el hijo de Jacob, ante la oferta de fornicación de la disoluta mujer de Potifar, dijo: ¿Cómo entonces iba yo a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios? (Gn. 39:9).
El nuevo motor que transforma nuestro comportamiento es el amor de Dios. Le amamos porque Él nos amó primero. Le obedecemos porque Él se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta verdad transforma el corazón del hombre. Así lo hizo con el autor de este poema: No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, me mueves tan solo Tú. Me mueve tu amor de tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te quisiera; y aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero, yo te quisiera.
El amor de Dios es la fuerza más grande del universo. Su amor se ha manifestado en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Gracias, Hermano Virgilio ;
Sus meditaciones y estudios son de gran bendición para las familias de nuestro ministerio en Puerto Rico.
Que Dios le bendiga y le de las fuerzas para coninuar llevando el mensaje de salvación.