Un hijo de la carne y otro de la promesa
Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa (Gálatas 4:22-23).
La Escritura nos enseña la verdad revelada de Dios de diversas formas. En ella encontramos personajes que son tipo del Mesías. Hay parábolas, diversas figuras hermenéuticas; tenemos visiones, sueños, etc. El propósito principal es echar luz en la revelación de Dios, su Mesías, el evangelio y que podamos alcanzar el conocimiento necesario para conseguir hacer la voluntad de Dios en la tierra.
El apóstol Pablo nos presenta en su carta a los Gálatas una analogía en la familia de Abraham y algunas verdades que trascienden el ámbito natural y hogareño. Pablo ve en el nacimiento de los dos hijos del patriarca una similitud entre el nacimiento carnal y el nacimiento por la promesa. Podríamos decir: el viejo hombre carnal nacido por voluntad humana, y el nuevo hombre nacido por la voluntad de Dios. Además nos presenta la lucha que se originó entre ellos.
Ismael nació antes como resultado de una decisión humana, la de Sara y Abraham, por no esperar el tiempo de la promesa que Dios les había dado. Algunos años más tarde nació Isaac, el hijo de la promesa. Crecieron juntos, bajo el mismo techo. Pronto se manifestó la naturaleza distinta de cada uno.
Ismael peleaba con Isaac, lo menospreciaba y le hacia la vida difícil. Cuando la madre se dio cuenta pidió a su marido que echara fuera a Ismael. Abraham se sintió profundamente apenado por semejante petición, pero Dios le dijo que escuchara a Sara. El patriarca tuvo que expulsar a su hijo Ismael del hogar a causa de la incompatibilidad con el hijo de la promesa. Este mismo conflicto se presenta en nuestras vidas cuando nacemos de nuevo.
El viejo hombre carnal pelea contra el nuevo, −nacido del Espíritu−, se opone para que no hagamos lo que quisiéramos. La enseñanza de Pablo es que debemos hacer morir lo terrenal en nosotros. Debemos despojarnos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos. Necesitamos la cruz de Cristo, −el lugar de la muerte del viejo hombre−, para que podamos vivir en novedad de vida. Esta es en esencia la enseñanza de gran parte de las epístolas del Nuevo Testamento. Los que hemos muerto con Cristo, hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos, por lo cual, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gá. 5:24; 6:14).
El nuevo hombre es resultado de la promesa de Dios, lleva su simiente, y está diseñado para vencer echando fuera al viejo hombre carnal.