La gloria (es) de Dios (2)
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas… Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria (Isaías 6:1-3).
Dios ha dado testimonio a los hombres. Lo ha hecho de sí mismo a través de testigos que vieron, oyeron y contaron su testimonio para que otros muchos creyéramos. El apóstol Juan lo expresó con rotundidad: Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos… eso os anunciamos… (1 Juan 1:1-3). Juan fue uno de los tres discípulos que contemplaron, en el llamado monte de la trasfiguración, la gloria de Jesús cuando la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente; además se aparecieron dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías, que aparecieron rodeados de gloria, hablando con Jesús de su partida en Jerusalén. En esa manifestación de la gloria de Jesús en la tierra oyeron una voz del cielo que dijo: Éste es mi Hijo amado; a él oíd. (Lucas 9:28-36).
Por su parte el profeta Isaías vio al Señor sentado sobre su trono, rodeado de serafines (seres celestiales de alto rango), que daban voces proclamando la santidad de Dios y anunciando que toda la tierra está llena de su gloria. El mismo testimonio que da el salmista en los textos que vimos en la meditación anterior. Esta experiencia del profeta le transformó para siempre. Quedó sobrecogido viendo la santidad del trono de Dios y contrastarla con la inmundicia de su propia boca y la de un pueblo de labios impuros. Sus ojos habían visto al Rey en su majestad y gloria necesitando la intervención de un serafín con un carbón encendido, tomado del altar, para tocar su boca quitando su culpa y limpiando su pecado. Tal es la sobrecogedora presencia de Dios en gloria y su contraste con nuestra vida terrenal pecaminosa.
Moisés pidió ver la gloria de Dios pero solo se le permitió ver su espalda. Te ruego que me muestres tu gloria… Dijo más: no podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá… y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro (Éxodo 33:18-23). Esteban dice en su discurso ante los judíos de la sinagoga de los libertos que el que le hablaba en el monte Sinaí era un ángel (Hechos 7:38). Debemos entender que el que hablaba cara a cara con Moisés en el monte era el ángel del Señor (Éxodo 33:11). Ver también: Nm.12:8; 14:14; Dt.5:4 y 34:10. Con Ex.3:2; 14:19; 23:20 y 23; 32:34; 33:2; Nm.20:16; Jue.2:1-5.
Vislumbrar la gloria de Dios nos transforma para siempre.