Sacrificios de alabanza y gratitud (7)
Y nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu prado, te daremos gracias para siempre; a todas las generaciones hablaremos de tu alabanza (Salmos 79:13 LBLA).
La Biblia es el libro de la revelación de Dios, el Dios de Israel, Creador, Salvador y Hacedor de todas las cosas. Esa revelación está canalizada a través de la simiente que había de venir, el hijo de la promesa, encauzada mediante la descendencia de Abraham, el padre de la fe y por el pueblo de Israel. Cuando este pueblo quedó atrapado en las fauces de Faraón en Egipto, el mensaje que Dios le dio a Moisés para transmitir a Faraón fue: «deja salir a mí pueblo, mi primogénito, para que me sirva». Ese servicio se concretaría en adoración en el monte Sinaí con todo lo que Israel sacaría de Egipto, con todas sus familias y posesiones. Faraón pretendió limitar esa adoración, —que incluía redención—, diciendo a Moisés que lo hicieran dentro de Egipto; luego aceptó dejarlos ir con la condición que no se alejaran mucho (Éxodo 8:25,28). Más tarde, a medida que se endurecían las plagas, Faraón estuvo dispuesto a dejar ir solo a los hombres (10:11). Moisés fue claro: Iremos con nuestros jóvenes y nuestros ancianos; con nuestros hijos y nuestras hijas; con nuestras ovejas y nuestras vacadas iremos, porque hemos de celebrar una fiesta solemne al Señor (10:9).
La presión ejercida sobre el rey de Egipto hizo que estuviera dispuesto a dejarlos salir pero «que vuestras ovejas y vuestras vacas queden aquí» (10:24). Moisés fue inflexible por palabra de Dios hasta que finalmente Israel salió de Egipto siendo su especial tesoro entre todos los pueblos, y un reino de sacerdotes y nación santa (Éxodo 19:5,6). Estaba en juego la adoración al Dios único, el monoteísmo. Como se le dijo al profeta: El pueblo que yo he formado para mí, proclamará mi alabanza (Isaías 43:21).
La revelación avanzó de Israel a todas las naciones de la tierra mediante el Mesías. Los gentiles de todo pueblo y nación serían injertados en el buen olivo para anunciar sus virtudes, ofreciendo sacrificios de alabanza y acción de gracias en todas las generaciones, incluida la nuestra. Esto concuerda con la enseñanza de Pablo en su carta a los Efesios: a fin de que seamos para alabanza de su gloria, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (Efesios 1:6,12). Por tanto, dice el salmista: nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu prado, te daremos gracias para siempre; a todas las generaciones hablaremos de tu alabanza. Palabras que coinciden con la enseñanza apostólica: Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Esa es nuestra misión como pueblo redimido por la sangre del Cordero inmolado.
Sirvamos a nuestra generación proclamando su alabanza, viviendo agradecidos al que nos llamó y redimió por su gracia.