¿Quién es como el Señor nuestro Dios, que está sentado en las alturas, que se humilla para mirar lo que hay en el cielo y en la tierra? El levanta al pobre del polvo, y al necesitado saca del muladar, para sentarlos con príncipes, con los príncipes de su pueblo (Salmos 113:5-8).
El salmista tiene una conciencia elevada del carácter de Dios. Ha penetrado en la grandeza de su naturaleza y en la bondad de sus acciones para con los pobres y necesitados, ocupándose de su exaltación. Nuestro hombre sabe que el Eterno no es un dios aristotélico, que crea el mundo y se desentiende de él y sus circunstancias, sino que se involucra en su historia. Que actúa sobre reyes y gobernantes. Que examina y prueba los corazones. Esa conciencia de providencia y elección ha elevado el alma de Israel como la de ningún otro pueblo. La revelación del carácter de Dios debe ser una máxima en la vida del cristiano. Jesús dijo en su oración sacerdotal que la vida eterna es conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quién has enviado (Juan 17:3). El salmista recoge aquí la oración de Ana, madre de Samuel, quién oró al Dios de Israel con estas palabras: El Señor empobrece y enriquece; humilla y también exalta. Levanta del polvo al pobre, del muladar levanta al necesitado para hacerlos sentar con los príncipes, y heredar un sitio de honor (1 Samuel 2:7-8). María, madre de Jesús, recoge la misma herencia en su oración: Entonces María dijo: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador… Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Ha quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes; a los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías (Lucas 1:46-55).
Padre, gracias por la rica savia del olivo de la que nos permites participar en el Mesías. Gracias por sentarnos con los príncipes de tu pueblo. Amén.