Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, haz cesar tu indignación contra nosotros… ¿No volverás a darnos vida para que tu pueblo se regocije en ti? (Salmos 85:4,6).
No hace mucho se puso de moda un pequeño libro titulado ¡Indignaos! Lo escribió un nonagenario francés ya fallecido. Su mensaje fue recogido por grupos anti-sistema, y otros, que han manifestado en muchas capitales del mundo su indignación hacia los gobernantes, y el sistema político, tal y como está diseñado en la actualidad, con todas sus injusticias y corrupciones. ¡Nadie se pregunta sobre la indignación del Creador del Universo, el que nos ha dado todos los recursos que estamos consumiendo con avidez y codicia, ante la iniquidad de esta generación! ¡Todos parecen encontrar en otros la causa de su cólera, pero muy pocos lo hacen sobre su propia responsabilidad! Eludirla siempre ha sido un arma defensiva de los cobardes. Echarla sobre otros un acto de miseria y auto engaño, de escurrir el bulto. Nuestro salmista reconoce que Dios está indignado con su pueblo. Se atreve a pedir que cese. Pide restauración. Sabe que el regreso al regocijo pasa porque Dios les vuelva a dar vida. El pecado del hombre indigna a Dios. La iniquidad de su pueblo enfada y mucho al Señor. Pero sabe que la misericordia se manifiesta en que vuelva a darles vida, los vivifique, para que puedan volver a regocijarse.
Padre, danos vida una vez más. Vivifícanos. Aparta tu indignación para que podamos volver a regocijarnos en ti. En Jesús. Amén.