El Mesías recibido (12)
Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole… Y todo el pueblo venía a él por la mañana, para oírle… (Lucas 19:47,48; 21:38)
Jesús entró en Jerusalén. Eran días preparatorios de la Pascua judía y las multitudes acudían para celebrar la fiesta. El impacto de su entrada permanecía. La ciudad estaba convulsionada. El drama se desarrollaba en varias escenas paralelas. Una física con dos bandos bien diferenciados: el pueblo y las autoridades. Otra espiritual: era la hora de la potestad de las tinieblas (22:53). Dos dimensiones, un suceso. Pero sigamos al pueblo, que ajeno a las múltiples manipulaciones de las autoridades expresaban el sentir de su corazón.
Todo el pueblo estaba en suspenso oyéndole. Venían por la mañana para oírle. Estaban hambrientos de la palabra de Dios. Querían oír las palabras de gracia que salían de su boca. Jesús apuraba sus últimos momentos para enseñar al pueblo (20:1). Le dijo al pueblo (20:9). Oyéndole todo el pueblo (20:45). No hay duda. El pueblo de Israel, los judíos, creían estar ante el Mesías prometido. Paralelamente se desató toda una intriga maligna impulsada por las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes para zarandear al pueblo cambiando su estado de ánimo. ¡Cuántos líderes de todo tipo se han prestado a esta manipulación diabólica! ¡Cuánta mentira y confusión estamos viviendo en estos días en España por la manipulación política de las autoridades separatistas catalanas que han llevado a parte del pueblo a una fascinación nacionalista irrefrenable! Volvamos a Jerusalén.
Los sacerdotes y escribas buscaban cómo matarle; pero temían al pueblo (22:2). Satanás entró en Judas (22:3). Las autoridades buscaban una oportunidad para entregar a Jesús, pero a espaldas del pueblo (22:6). Esta era la hora de la potestad de las tinieblas (22:53). Satanás pidió zarandear a los discípulos como a trigo; pero Jesús rogó por ellos para que no faltara su fe (22:31). Los argumentos presentados para acusar al Mesías fueron: pervierte a la nación (23:2). Alborota al pueblo (23:5). Finalmente, el pueblo, una parte de él, fue subyugado y se plegó temporalmente a la malignidad de sus líderes (23:13,18). Había división. Una parte de la multitud lloraba y hacía lamentación por él (23:27). Después del espectáculo de la cruz la multitud volvía golpeándose el pecho (23:48). El día de pentecostés volvieron en sí arrepentidos (Hch. 2:37; 3:17-26). Incluso ciertas autoridades y sacerdotes obedecieron a la fe (Hch.6:7).
El pueblo de Israel no rechazó al Mesías, fue oído con delectación.