Dije al Señor: Tú eres mi Dios; escucha, oh Señor, la voz de mis súplicas (Salmos 140:6).
En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: el justo por su fe vivirá. Y esa fe se expresa de viva voz. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Somos salvados por invocar. Desatamos el poder de Dios en nuestras vidas cuando nuestra voz se dirige al trono de la gracia. Declarar al Dios de Israel, nuestro Dios, es venir a cobijarnos a Él. Eso es lo que hizo la joven Rut. Su declaración fue: tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Una declaración de fe. Booz, tipo de Jesús como redentor, le dijo a la nuera de Noemí: Que el Señor recompense tu obra y que tu remuneración sea completa de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte (Rut 2:12). Una declaración de viva voz. Rut vino a refugiarse bajo las alas del Dios de Israel. El salmista nos ha dicho una y otra vez: Dios es mi refugio. Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio (Salmos 91:4). Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Todo comienza con una declaración de fe. Invocar su nombre. Esa declaración no es solo hablar, si no poner toda nuestra vida en las manos de Dios. Un Pacto. Un destino. Una voluntad, la suya. De esta forma podremos poner a salvo nuestras vidas de hombres malignos, de la naturaleza pecaminosa y destructiva. La cruz del Calvario ha matado las enemistades. En su gracia podemos escapar del presente siglo malo. Huir de la corrupción que hay en el mundo. Dije al Señor: Tú eres mi Dios.
Padre, tu eres mi Dios. A ti confío mi vida, mi familia y pido por nuestra nación. Tú eres el Dios de Israel, revélate a ellos en esta generación. Amén.