LOS EVANGELIOS – Las buenas obras le glorifican (6)
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó de olor del perfume (Juan 12:3).
Ciertas mujeres tuvieron una relevancia especial en la vida y ministerio de Jesús. Comenzando por su propia madre, María, entregada y llena de gracia, a la misión que se le había encomendado dando su aprobación sin reservas, a pesar de que se le había dicho que una espada traspasará tu misma alma. Hubo otras mujeres que de sus bienes le servían, mostrando su gratitud por haber sido sanadas de espíritus malos y enfermedades, entre ellas, María Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza funcionario en la corte de Herodes, Susana, y otras muchas (Lc.8:1-3).
Entre ellas nos encontramos con Marta y María, las hermanas de Lázaro. Ambas amaban a Jesús aunque eran de carácter distinto. Marta, como sabemos, era activa y servicial, incluso hasta llegar a la ansiedad por los cuidados de la casa y la comida para que todo estuviera en orden y servicio; y María, mas quieta, era capaz de sentarse a los pies de Jesús en medio de las labores cotidianas de una casa llena de invitados. Las dos eran amadas por el Señor, junto con Lázaro su hermano (Jn.11:5). En ocasiones vemos una calidad especial en algunas personas. Ciertas mujeres, y muchas madres, suelen ser abnegadas, entregadas al servicio de los demás sin reparar en sí mismas, son ampliamente generosas (mi mujer es una de ellas) dispuestas al sacrificio por su familia y otros semejantes que denotan un gran corazón. Así era el de María, hermana de Marta y Lázaro. Una de las muchas veces que Jesús se hospedó en su casa, después de haber resucitado a su hermano, trajo a los pies del Maestro la esencia de su carácter único.
El perfume de nardo que había estado acumulando, seguramente durante años; una fragancia carísima que según las valoraciones habituales equivalía al salario de todo un año, lo trajo para derramarlo a los pies del que iba a entregar su vida en pocos días por todos nosotros. En María encontramos expresada la gratitud de nuestros propios corazones por la obra redentora que cambia nuestro olor de muerte a vida. Toda la casa se llenó de aquel perfume. Su obra se expandió a todos. Y entre ellos siempre hay ingratos y mezquinos (Judas) que confunden los actos de amor incondicional con sus propias codicias engañosas. Las mujeres que estuvieron a los pies de la cruz aún pudieron percibir el aroma de ese ungüento derramado (Jn.12:7). La esposa del Cantar de los Cantares nos recuerda que su nombre, el nombre de Jesús, es como ungüento derramado (Cant.1:3).
Al acercarnos a los pies de Jesús percibimos el nardo puro de María.