13 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Estaban ambos desnudos

Y estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban (Génesis 2:25).

En este pasaje tenemos otro de esos misterios difíciles de resolver. Las condiciones de vida creadas por Dios para el hombre y la mujer, el hábitat donde habían sido puestos, tenían los elementos necesarios para desarrollarse en armonía, sin desequilibrios, sin complejos, con naturalidad. El vestido que cubría a Adán y Eva era la gloria de Dios (Ro.3:23), juntamente con la ausencia de la vista del pecado y las tinieblas. Jesús enseñó que «la lámpara de tu cuerpo es tu ojo; cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando está malo, también tu cuerpo está lleno de oscuridad» (Lc.11:34).

Inmediatamente después de tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal, los ojos fueron abiertos y penetró la «luz del mal» que atrajo las tinieblas a todo su ser. Antes de esa entrada no había posibilidad de ver nada perturbador, ni avergonzarse, porque la gloria de Dios, el vestido original de Dios, cubría al ser humano. Ese vestido de la gloria de Dios mantenía al hombre en comunión con su Creador. Cuando el vestido se perdió por el pecado, la vergüenza, el temor y los complejos anidaron en el corazón del hombre. A partir de ese momento se necesitó otro vestido.

El primer intento vino del mismo hombre. «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales» (Gn.3:7). Más adelante es Dios quién tiene que proveer un vestido para la primera pareja (Gn.3:21). Aunque estamos adelantándonos en el recorrido de los sucesos, creo que es necesario que hagamos ese ejercicio para tratar de entender cuál era el vestido que los cubría. Físicamente estaban desnudos, pero no apreciaban ninguna vergüenza dado que sus ojos no se habían abierto al mal.

Cuando el pecado se apodera de la vista del hombre, sus ojos pueden percibir lo que se encuentra más allá del bien, es decir, el mal que estaba oculto tras aquel árbol que daba entrada a un mundo de pecado –parece que ya existente, es lógico pensar así, más adelante el profeta Isaías y Ezequiel nos dan una entrada al origen del mal en la persona de Lucifer y su rebelión contra Dios− y cuyo poder de seducción era tan poderoso que Dios prohibió que se tomara de él.

Sin esa penetración del mal al alma humana el vestido que cubría a Adán y Eva les permitía vivir alejados de la vergüenza y el temor, disfrutando plenamente de todos los placeres creados por Dios. Hay placer sin pecado. Hay desnudez sin vergüenza cuando la gloria de Dios cubre al hombre.

         Dios había vestido al hombre y la mujer con el ropaje de su gloria, los cubrió de tal forma que no sentían vergüenza.

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