HOMBRES DE VERDAD – Sobriedad
Pero tú, sé sobrio en todas las cosas… (2 Tim.4:5).
Desde que en el capítulo tres de esta carta el apóstol Pablo comenzara a informar a Timoteo del carácter de los hombres en los últimos tiempos, hay al menos cuatro giros que hace en su discurso cuando se dirige directamente al discípulo. Estos giros revelan que hay otro tipo de hombre en ese mismo tiempo: el hombre de Dios con rasgos muy distintos en su carácter. Hay diferencia entre el carácter de los hombres en los últimos tiempos, y el carácter de los hombres de Dios en ese mismo tiempo. La diferencia básica está en que el hombre de Dios es un hombre de la palabra, y por tanto, ésta le forma, renueva y transforma a la imagen de Jesús. Los cuatro giros a los que me refiero son estos: «Pero tú» (3:10). «Tú, sin embargo» (3:14). «Te encargo solemnemente» (4:1). Y, «Pero tú» (4:5). En estos cuatro giros se marca la diferencia.
Existe un gran abismo entre los hombres serán (3:2) y éste «pero tú». Ya hemos visto varios aspectos esenciales que ponen distancia entre el hombre de verdad y los que no lo son. Ahora Pablo habla de sobriedad. El hombre de Dios es una persona sobria. ¿Qué es la sobriedad? Es ante todo moderación. Un hombre sujeto, equilibrado, ponderado, con dominio propio, templado. Que carece de adornos superfluos. El que no se embriaga de vino, ni de sí mismo. Ser sobrio es una cualidad incluida en todas las listas donde se habla del carácter de los guías, pastores, obispos, ancianos y diáconos. ¡Cuántos excesos hemos visto y vemos en muchos que se dicen ser… y tener… colmando su medida de sensacionalismo y espectáculo!
Está escrito: «Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad» (Proverbios 16:32). Es Pablo quién vuelve a decir a Timoteo: «Dios… nos ha dado un espíritu de… dominio propio» (2 Timoteo 1:7). El mandato que estamos viendo es: «tú, se sobrio en todas las cosas». Sobriedad ante todo. Una vida sin excesos. Un ministerio sin exageraciones. El espectáculo del que habla Pablo en otro lugar no es para impresionar al hombre carnal, sino la exhibición que hace Dios de sus apóstoles en último lugar, «como a sentenciados a muerte; porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres» (1 Corintios 4:9). El mayor espectáculo que ha conocido este mundo ha sido el del Hijo de Dios clavado en una cruz. «Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho» (Lucas 23:48).
El hombre de verdad es sobrio en todo. Su espectáculo es gloriarse en la cruz de Cristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para él y él para el mundo.