Mi salida del esquema de este mundo
Cuando creí en el evangelio allá por el año 1980, algunos de los textos que más sonaban en mi corazón eran aquellos que tenían que ver con no conformarme al esquema de este mundo [1]; de saber que la amistad con el mundo era enemistad contra Dios [2]; que, lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. [3].
Comprendí pronto que mi vida daría un cambio muy pronunciado una vez que invocara el nombre de Jesús para salvación, y fui plenamente consciente del nuevo Señor de mi vida. Pronto supe también que hay fuerzas hostiles que se oponen a los propósitos de Dios en la vida de las personas, y que cuando el diablo no puede impedir la salida de su dominio y la entrada en el reino de Dios usará una estrategia dirigida a impedir el crecimiento en el conocimiento de Dios, tratando de paralizar el desarrollo de la nueva vida, conformándolo a un sistema religioso; o bien, mezclando la vida cristiana con una forma de vida adaptada a la manera de pensar de este mundo, y por tanto, debilitando en sus cimientos la fortaleza de un creyente renacido por el poder del Espíritu y la verdad que libera alejándole de la vana manera de vivir heredada de los padres [4].
Aprendí que tenía que poner tierra de por medio en cuanto a la forma de vida anterior. Así comenzó una lucha para evitar los pensamientos inicuos combatiéndolos con la palabra de verdad. Me propuse no escuchar música que no glorificara a Dios. Dejé de leer libros que no tuvieran base bíblica, y esto durante varios años, sólo leía la Biblia y libros de escritores que sabía eran nacidos de nuevo.
Me volví un tanto extraño, incluso para los creyentes. Me veía como extranjero y peregrino en la tierra. Iba a todas partes con mi bolsa colgada al hombro, donde siempre llevaba mi Biblia y un cuaderno para escribir y hacer anotaciones. Me impuse a mí mismo no hacer concesiones con lo que entendía era mundano y recordaba mi estilo de vida anterior. Dejé de decir palabrotas y blasfemar, de ver la televisión, y todo mi anhelo era estudiar las Escrituras llenando mi mente de la palabra de verdad.
Leí la Biblia completa en menos de ocho meses, subrayaba casi todo porque todo me parecía bueno e interesante. Me volví un bicho raro en mi casa, un exagerado para mi novia, un excéntrico en mi trabajo y un hermano disponible a todos los ofrecimientos que me hacían en la iglesia donde me congregaba. Toda esta determinación no acabó en el fin de una conferencia, ni en un retiro de semana santa o algún culto de avivamiento. Se mantuvo constante durante muchos años. Concebí la vida cristiana como un discipulado a tiempo completo en todo lo que hacía.
Comprensiblemente fui adoptando moderación en ciertos comportamientos, que para mí eran necesarios para romper con la vieja vida, y establecer bases sólidas que me han acompañado toda mi vida desde entonces. Han pasado más de cuarenta y tres años desde el inicio de mi vida cristiana y sigo deleitándome en la meditación de las Escrituras, en su estudio y proclamación.
Notas:
[1] – Romanos 12:2
[2] – Santiago 4:4,5
[3] – 1 Juan 2:15-17
[4] – 1 Pedro 1:18-20
Próximo capítulo: Conversiones diversas