Dia de tinieblas y resurrección

Dia de tinieblas y resurrecciónDIA DE TINIEBLAS Y RESURRECCIÓN

Virgilio Zaballos

Nota: He usado dos versiones de la Biblia. La Biblia de las Américas y la Reina Valera del 60. Cuando aparece la primera se marca con LBLA y en la segunda con RV60.

La vida del creyente, en ocasiones, se mueve entre días oscuros y la esperanza de la resurrección. La Biblia nos habla del día malo. Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes (Ef.6:13 LBLA). En España estamos viviendo un día malo que se está prolongando por años.

A. HAY DIAS MALOS

Son días cuando la oscuridad rodea nuestras vidas y no vemos salida por ninguna parte. Ni siquiera en cierto tipo de oración encontramos alivio y respuesta. El salmista que escribió el Salmo 88 nos presenta uno de esos días. Veamos su lenguaje:

Oh, Señor, Dios de mi salvación, de día y de noche he clamado delante de ti. Llegue mi oración a tu presencia; inclina tu oído a mi clamor… Has alejado de mí mis amistades, me has hecho objeto de repugnancia para ellos; encerrado estoy y no puedo salir… Han languidecido mis ojos a causa de la aflicción; oh, Señor, cada día te he invocado, he extendido mis manos hacia ti… Mas yo a ti pido auxilio, Señor, y mi oración llega ante ti por la mañana. ¿Por qué, Señor, rechazas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? He estado afligido y a punto de morir desde mi juventud; sufro tus terrores, estoy abatido… Has alejado de mi al compañero y al amigo; mis amistades son las tinieblas (Sal. 88:1-18 LBLA).

Hay muchos capítulos en el libro de Salmos que ponen de manifiesto la angustia del alma ante Dios, eso no es nuevo, sin embargo, generalmente acaban con esperanza, con una puerta abierta a la respuesta del Señor. En este que nos ocupa no. El salmista termina su oración con una expresión decepcionante: mis amistades son las tinieblas. El autor ha estado orando, buscando al Señor, invocando su Nombre, sin embargo, no ha encontrado alivio ni respuesta, parece vivir en una atmósfera muy oscura. Este tipo de experiencia, que parece tan derrotista, no es única ni exclusiva de este salmista. Las Escrituras nos presentan muchos ejemplos similares: días de tinieblas sobre la creación, sobre el creyente, sobre las naciones y sobre el mismo Jesús. Son días oscuros cuando el alma queda atrapada en una atmósfera de vacío, soledad, pérdida de sentido de dirección y sin fuerzas para sobreponerse. Vayamos a las Escrituras y encontremos salidas para poder soportar, y habiendo acabado todo, estar firmes (Ef.6:13 RV60). Porque todo tiene su principio y su final, también las tinieblas de nuestras vidas y naciones.

  1. Antes de la creación. “Y la tierra estaba sin orden y vacía (era caos y vacuidad), y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Gn.1:2 LBLA). Aquí tenemos una situación de vacío y desorden, de caos y tinieblas, sin embargo, en ese escenario dantesco el Espíritu de Dios se movía. “Entonces dijo Dios: Sea la luz. Y hubo luz… Y separó Dios la luz de las tinieblas” (Gn.1:3,4 LBLA). La voz del Eterno puso luz donde solo había oscuridad.
  2. En el creyente. “Aunque pase por el valle de sombra de muerte…” (Sal. 23:4 LBLA). Hay un valle que tenemos que atravesar en muchas ocasiones en nuestras vidas donde la única compañía son las sombras. “Mis amistades son las tinieblas”. Es un valle inevitable, hay que atravesarlo para poder alcanzar la otra orilla, el lugar de luz y resurrección.
  3. Las naciones. “Porque he aquí, tinieblas cubrirán la tierra y densa oscuridad los pueblos…” (Isaías 60:2 LBLA). Generalmente la oscuridad sobre las naciones viene a través de la desobediencia y la rebelión a los mandamientos de Dios; por la transgresión de la ley natural y el orden de la creación; por la incredulidad de sus gobernantes y la idolatría que suplanta la gloria del Creador. Todo ello levanta un velo (Isaías 25:7) que impide el resplandor de la luz del evangelio (2 Co.4:3-4). La idolatría suele cegar el entendimiento para no comprender los juicios de Dios sobre naciones, familias, iglesias o personas. “Pero sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti aparecerá su gloria”.
  4. El mismo Jesús. Cuando el Maestro atravesó, no el valle de sombra de muerte, sino la muerte misma, fue muy consciente de que era el tiempo para ello. “… Mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (Lc.22:53 RV60). Llegó una hora a la ciudad de Jerusalén cuando era el tiempo de las tinieblas. El dominio del reino de oscuridad tomó control de la ciudad y una densa oscuridad se apoderó de toda ella. “Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Lc. 23:44 LBLA). Un tiempo de oscuridad que duró tres horas, aunque sus efectos se mantuvieron mucho más tiempo, hasta el día de la resurrección, cuando las tinieblas fueron vencidas y volvió a resplandecer el sol de justicia.

En nuestras vidas también atravesamos periodos de oscuridad, el día malo. Aún después de haber recibido la luz del evangelio podemos vivir tiempos de oscuridad inevitables. No me refiero a vivir en pecado, sino a esa atmósfera espiritual que apaga los sentidos espirituales y nos introduce en una sala de aflicción por no encontrar la salida para poder soportar. Ciertas experiencias nos afligen de tal forma que absorben nuestra vitalidad y la energía del hombre nuevo. Estos periodos, que no sabemos realmente cuanto tiempo pueden durar, es necesario atravesarlos. Nada ni nadie nos evitará este recorrido. Es un día o una etapa de nuestra vida cuando hay que resistir y traspasar manteniéndonos firmes. “… Para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef.6:13 RV60). Una vez superados esos momentos saldremos perfeccionados y afirmados. Pretender evitarlos es dar coces contra el aguijón. Mientras vivamos bajo la edad presente, el presente siglo malo, no podremos eludir estos periodos de oscuridad, decepción, abandono, soledad, indiferencia, depresión y la sombra de la muerte persiguiéndonos. Mensajes triunfalistas que solo hablan de victoria y triunfo son falsos. No hay ningún personaje bíblico que viviera esa experiencia en la Escritura, ni siquiera el Mesías, como hemos visto.

Ahora bien, hay un día malo, pero hay también un día de resurrección.

B. EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN

         De la misma manera que el Espíritu se movía sobre las tinieblas, ni las mismas tinieblas pueden alejarnos de la presencia de Dios. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo” (Sal.23:4 RV60). “¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a adónde huiré de tu presencia?… Aún las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Sal. 139:7,12 RV60)). Viviendo bajo la presión de ese día oscuro aún estamos delante de nuestro Dios. No hay nada que pueda escondernos de Dios. El nos ve aunque nos hayamos escondido a causa de nuestro pecado de rebelión (Gn.3:8-10).

         A una noche oscura le sigue una mañana clara. Después de la densa oscuridad sobre Jerusalén, la vida y la inmortalidad brotaron en la mañana de resurrección.

  1. La muerte no pudo retenerlo. “Al cual (Jesús) Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hch. 2:24 RV60). El llanto duró toda la noche, la noche de tinieblas, pero a la mañana llegó el grito de la resurrección. “¿Donde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co.15:55 RV60). Jesús venció a la muerte (Heb.2:14,15). Se levantó victorioso la mañana de resurrección.
  2. Los discípulos lo descubrieron poco a poco. Para ellos fue un proceso gradual. Primero experimentaron incredulidad y escepticismo (Lc. 24:9-11). Las mujeres habían sido las primeras en tener noticias de la resurrección del Maestro. A los apóstoles les pareció locura y no las creían. Pedro tomó la iniciativa de ir a mirar al sepulcro, cuando vio los lienzos solos se marchó a casa maravillado por lo que había sucedido. Luego dos que iban de camino a Emaús anduvieron al lado de la misma resurrección sin reconocerla (Lc.24:15,16); hasta que sus corazones ardieron por la exposición de las Escrituras que Jesús mismo hizo andando con ellos por el camino. El velo cayó de sus ojos y pudieron reconocerle (Lc.24:32-35). Podemos andar al lado mismo de la resurrección sin percibirla. Cuando hay una exposición de la verdad, basada en las Escrituras, puede caer el velo de nuestros ojos para quedar subyugados por su poder vivificador.
  3. Jesús se manifiesta resucitado a los suyos. Por fin llega el momento cuando la resurrección misma, Jesús, se pone en medio de ellos con un saludo de paz (Lc. 24:36-43). Gradualmente, el temor y la incredulidad, la oscuridad y el caos van desapareciendo para dar lugar a la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. La paz del reino en los corazones redimidos, cuyas vidas quedan orientadas más allá del pecado y de la muerte. La amistad de las tinieblas da paso al bien y la misericordia, a la comunión con el Hijo. “No te dejaré ni te desampararé”. “He aquí estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Podemos experimentar la soledad del alma, la angustia de la muerte operando a través de sombras, pero la misma muerte ya no podrá retenernos, somos de otro, de aquel que nos compró y nos salvó con su preciosa sangre. Somos hijos de la resurrección.

C. EL MESÍAS RESUCITADO EN NOSOTROS (Efesios 1:15-23)

La resurrección de Jesús son las primicias de una gran cosecha. El poder de su vida resucitada se ha extendido a todos los que creen en su Nombre. Las autoridades judías no solo no pudieron frenar el impacto de la resurrección de Jesús sobre la ciudad de Jerusalén, sino que ese poder se extendió a todo el cuerpo de creyentes.

         El apóstol Pablo hace una exposición maravillosa de esta verdad en la carta de Efesios. Quiero hacer un pequeño recorrido de este texto en Efesios 1:15-23.

         El apóstol comienza este pasaje con la expresión: “por esta causa” ¿qué causa? Viene del versículo 1:14, “la posesión adquirida” o “la herencia adquirida”. Nos dice que el Espíritu es la garantía (las arras) de la herencia adquirida, la herencia de la resurrección y sus implicaciones. Sin embargo, el conocimiento de esa herencia la hace depender de la oración: “por esta causa… no ceso de dar gracias por vosotros… pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que…” (Ef.1:15-18 LBLA). Y a partir de ese momento hace una oración triple por los hijos de Dios en Éfeso, extensiva a todos los hijos de Dios de todas las generaciones. La oración descubre o ilumina el hecho de: a) la esperanza de su llamamiento, b) las riquezas de la gloria de su herencia, c) el poder de la resurrección. Este poder para con nosotros, los que creemos, es el poder de la resurrección que: “obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no solo en este siglo sino también en el venidero” (Ef.1:20-21 LBLA).

         Y aquí es donde se pone de manifiesto la tremenda debilidad de los creyentes de esta generación, al menos en occidente. No hay vida de oración, por tanto, debemos concluir que la iluminación de su esperanza, de su herencia y el poder de la resurrección sufren pérdida en la vida de la iglesia de hoy por cuanto vivimos lejos de este tipo de oración.

CONCLUSIONES

Hemos comenzado este tema con el grito de angustia del salmista, con el día malo y la oscuridad que todos atravesamos en alguna medida y tiempo. Hemos visto que la resurrección pone fin a las tinieblas, eso es un hecho, está consumado, sin embargo, necesitamos llegar a comprender el poder de esa resurrección en nuestras vidas, y eso está ligado intensamente a la vida de oración.

La oración constante nos conducirá a la espera en Dios para alcanzar el día de la resurrección y la llenura del Espíritu Santo. Estas fueron las dos grandes sorpresas que Dios tenía preparadas después de la muerte de Jesús: la resurrección y el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Del temor y la incredulidad a la vida de oración en el aposento alto hasta que llegó el Consolador. Este recorrido es el mismo para nosotros.

Hay un tiempo en la vida de oración que es tiempo de soledad y tinieblas, cuando “mis amistades son las tinieblas”, dijo el salmista, pero ese llanto que puede durar toda la noche, nos llevará a la mañana del grito de alegría, el día de la resurrección (Salmo 30:5).

“Porque su ira es solo por un momento, pero su favor es por toda una vida; el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría” (Sal. 30:5 LBLA).

“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Sal.30:5 RV60).

Yo le pido al Señor, unido con todos los hermanos en la misma fe, ese día de alegría y resurrección para mi país: España. Que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio y restauración. Amén.

                                      Terrassa (Barcelona), Diciembre de 2012

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