56 – LA LUCHA INTERIOR – Un habitante interior opuesto al bien

Lucha interiorUn habitante interior opuesto al bien

Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no  (Romanos 7:17-18).

La pregunta: ¿Qué es el hombre?, debería llevarnos a otra: «¿qué hay en el hombre?». Si sabemos lo que hay dentro de nosotros podremos comprender mejor lo que hacemos. La respuesta teológica de Pablo nos dice que hospedamos en nuestra morada terrestre un habitante que nos impide hacer el bien, y no solo lo impide, sino que trabaja en nuestra contra para producir aquello que en realidad no queremos hacer. Ese intruso que ha venido para quedarse, Pablo lo llama «el pecado que habita en mí».

Además, nos dice el apóstol, que es consciente de que en su viejo hombre, el nacido según la carne, no habita nada bueno. ¿Nada? ¡Nada! No tiene arreglo posible. Es un desecho. No hay religión que pueda con él. No hay fuerza de voluntad que lo doblegue. El potencial del habitante que menciona Pablo es tan poderoso que estamos sentenciados a obedecer sus demandas por muy distintas que sean a nuestro pensamiento. ¡Qué lejos queda este mensaje de la filosofía humanista y «buenista» que nos han inoculado desde la infancia! Nuestros hijos la han bebido hasta la embriaguez en las universidades. Está tan extendida que oponerse a ella es ser intolerante, extraño, extraterrestre. Nada nuevo, el evangelio, en su múltiple mensaje, siempre ha sido impopular y ajeno al pensamiento humano.

Una filosofía o religión que enfatiza la potencialidad humana, la autosuficiencia, el poder interior de la persona y las capacidades intrínsecas del hombre está muy lejos de la enseñanza del apóstol de los gentiles. Este mensaje se predica hoy en muchos púlpitos, haciendo un énfasis desmedido y falso sobre la realización personal y búsqueda de la felicidad. Pablo dice: En mi carne no habita nada bueno. Está presente el deseo de hacerlo, pero la impotencia es la norma y no hay excepciones en este caso.

Acariciar, acunar y besuquear el hombre carnal no lo hará cambiar de naturaleza, su destino es la muerte para que pueda nacer una simiente nueva con el potencial del reino de Dios. No el potencial de resucitar la carne y regresar al deseo de hacer lo bueno, sino, el poder de Dios para salvarnos de nosotros mismos y llevarnos a la impotencia para vivificar el nuevo hombre.

         El inquilino indeseable que habita nuestro interior no saldrá por voluntad propia, ni por educación, ni por normas religiosas, solo lo hará mediante el poder de la sangre de Jesús que lo disuelve.

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