112 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEnséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guie a tierra firme. Por amor a tu nombre, Señor, vivifícame; por tu justicia, saca mi alma de la angustia  (Salmos 143:10-11).

         El hombre de Dios, cualquier hombre de Dios, −hasta aquel que era conforme a su corazón−, termina reconociendo la imposibilidad de realizar el propósito divino en sus fuerzas. Hacer la voluntad de Dios necesita la acción  del Espíritu Santo en nuestras vidas. El mismo Jesús vivió en dependencia absoluta del Espíritu para poder realizar las obras del Padre. El salmista acaba su canto reconociendo la necesidad de que el Señor le muestre su voluntad. Para ello entiende que necesita la dirección del Espíritu de Dios. Jesús dijo a los suyos que cuando viniera el Consolador, el Espíritu de verdad, los guiaría a toda verdad. Hablaría lo que oyera y se lo haría saber. La vida cristiana, −como la del salmista aquí−, depende de la acción del Espíritu. La clave siempre está en andar y vivir llenos del Espíritu. No contristarle. No apagarle. Y cuando eso ocurra, pedir la vivificación. Volver a recibir vida. Avivar el fuego del don de Dios que está en sus hijos. Es lo que ha comprendido definitivamente nuestro hombre. La base para pedirlo está en el amor que Dios tiene hacia su propio nombre. Es por la gloria de su nombre que nos capacita para realizar su obra. Y cuando nuestro espíritu languidece, o desfallece, necesitamos que vuelva a vivificarlo conforme a su justicia.

         Padre, enséñanos a hacer tu voluntad, guíanos por tu Espíritu y vivifícanos en nuestra debilidad, en el poderoso nombre de Jesús. Amén.

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