GRATITUD Y ALABANZA (47) – No glorificaron a Dios – Las aguas de la rencilla

GRATITUD Y ALABANZA - 1No glorificaron a Dios – Las aguas de la rencilla

Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces… Y YHVH dijo a Moisés y a Aarón; Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con YHVH, y él se santificó en ellos (Números 20:11-13).

La queja fue una constante en el camino por el desierto del pueblo de Israel. Una sociedad entregada a la queja como hábito hunde en el desánimo a los mejores y más pacientes gobernantes. Moisés, dice la Escritura, era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra (Números 12:2). Sin embargo, la crítica destructiva y persistente del pueblo acabó destrozando sus nervios y llevándole a cometer un acto de cólera que le apartaría de entrar en la tierra prometida.

Llegados al desierto de Zin, donde murió María la hermana de Moisés, se volvieron a juntar contra él por la falta de agua. Insistieron en el argumento: «para que habían salido de Egipto si sus vidas no habían mejorado». Recordaban su estado anterior de esclavos y les pareció mejor pensando en los higos, las viñas, las granadas y abundancia de agua del Nilo, que la estrechez del desierto actual. Esta queja insistente colmó la paciencia de Aarón y Moisés que acudieron a la puerta del tabernáculo para postrarse ante el Señor. Dios habló a Moisés diciéndole que tomara su vara y hablara a la peña a vista de ellos; y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias (Números 20:1-8). Una vez salió de la presencia de Dios se dirigió al pueblo cansado de su actitud ingrata, y con ira en el rostro por su rebelión continua, en lugar de hablar a la peña la golpeó con la vara, y no una, sino en dos ocasiones.

Recordemos que la peña o roca vino a ser una figura del Mesías golpeado por nuestros pecados, pero una sola vez, como repite ampliamente la carta a los Hebreos, y no en dos ocasiones, por lo que este suceso marcó el futuro de Moisés. El Señor le reprochó no haber creído en Él para santificarlo delante de los hijos de Israel. Por ello se le dijo que no entraría en la tierra, solamente la vería de lejos.

La actitud rebelde del pueblo quebró la templanza del siervo de Dios llevándole a actuar en el mismo espíritu rebelde (Números 27:14). Esa reacción no santificó a Dios, y aunque volvió a pedirle poder pasar a Canaán, el Señor, —que se había enojado con él—, no le escuchó, solamente le permitió verla de lejos (Deuteronomio 3:23-28). En su lugar lo haría Josué. Observemos que la ira del hombre no obra la justicia de Dios (Santiago 1:20).

         Las quejas y rencillas pueden apartarnos de las mejores promesas.

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