HOMBRES IMPÍOS – Retroceden para perdición
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (Hebreos 10:39)
Hay un mensaje central en el anuncio del evangelio que llega a nosotros a través del testimonio de los profetas: el justo por su fe vivirá (Habacuc 2:4). Lo cual debe recordarnos que el evangelio no es un mensaje que apareció en Galilea, Judea y Samaria al margen de la revelación que se había iniciado en la Ley de Moisés, los profetas y los Salmos. Luego se nos dice que es por la fe en el Hijo de Dios que somos justificados. La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Romanos 3:22-24). Y en la misma carta dice más adelante: Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (10:8-10).
Por tanto, es por fe, no por obras, para que nadie se gloríe. Esa fe, que ha sido dada una vez a los santos, y por la que hay que combatir ardientemente (Judas 1:3), es la fe del evangelio. La fe puede corromperse, contaminarse, mezclarse y hacerla inútil. También se puede abandonar, soltar, y retroceder del camino una vez iniciado. Esta opción está ligada al alma que no es recta, sino que se enorgullece de sí mismo, y abandonando la doctrina sana de la piedad y el evangelio, entra en razonamientos altivos que se levantan contra el conocimiento de Dios, que es por fe. El profeta Habacuc lo explicó así: He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.
Ahora el autor de la carta a los Hebreos recoge el mismo mensaje para decirnos que el justo vivirá por la fe; pero si retrocediere, no agradará al Señor. Además dice que los que retroceden lo hacen para su propia perdición. Abandonar la fe trae consigo la perdición, porque es la fe que ha sido una vez dada a los santos la que nos salva, la medida de fe recibida por gracia. Recordemos que la fe es un don de Dios. No está dependiente de nuestra volatilidad anímica, sino que la fe de Dios es la fe del corazón y está bien enraizada en el alma, consiguiendo una firmeza que no permite el retroceso, sino el avance para la preservación del alma. Fe y alma unidas. Los que retroceden no lo hacen desde la fe del corazón, sino desde una fe del alma que no es recta, según enseña el profeta Habacuc.
Retroceder para perdición pone de manifiesto que esa fe se sustenta sobre un alma que no es recta, es soberbia, llena de razonamientos altivos.