En la Cartas (I) – Romanos (1)
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:1-4)
Hagamos ahora un breve recorrido por las cartas apostólicas del Nuevo Testamento y veamos de manera sucinta las referencias que podemos encontrar en ellas sobre el reino mesiánico. En primer lugar apreciamos la herencia hebrea de sus escritores, herederos del mensaje de los profetas de Israel.
En el inicio de esta carta de Pablo apreciamos la conexión que el apóstol hace entre el evangelio y el mensaje de los profetas. El evangelio que Pablo predicaba había sido prometido por Dios a través de los profetas en las Escrituras. Por tanto, tenemos que los apóstoles son deudores de los profetas de Israel. Las profecías se han cumplido en la persona del Mesías que ellos habían antes anunciado y que ahora los llamados y enviados (es lo que realmente significa apóstol) por el Señor anunciaban como testigos de su resurrección.
Pablo pone de fundamento, en la gran exposición que va a desarrollar del evangelio en su carta a los romanos, al Señor Jesucristo como hijo de David, según la carne, y declarado Hijo de Dios por la resurrección. Es el mismo mensaje que anunciaron Pedro y los demás apóstoles desde el día de Pentecostés.
El Mesías es hijo de David. Su heredero. Y en este linaje encontramos la apelación al pacto davídico que Dios hizo con el hijo de Isaí, y que entronca absolutamente con el reino venidero que ha de venir a Jerusalén. Lo hemos visto a lo largo del desarrollo de nuestro tema. Pablo, apóstol de los gentiles, creía en el advenimiento futuro del reino davídico para establecer su trono en la ciudad de Jerusalén. Sabía que ese era el mensaje de los profetas, que Dios había prometido en las santas Escrituras, y que contenían el evangelio que ahora anunciaba.
El Mesías es Hijo de Dios. El justo que ha reinar. David sabía que su casa no tenía las condiciones para responder a las exigencias que el pacto de Dios había contraído, por lo que debió entender que el descendiente prometido para reinar tendría una naturaleza distinta. No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo (2 Sam.23:5). El Mesías no vería corrupción (Hch.13:36,37). Resucitó. Por tanto, sería Hijo de Dios con poder. Dos naturalezas. Un solo heredero de todo. La identidad del Mesías revelada en las Escrituras de los profetas y apóstoles (16:25-27).
El evangelio y el reino fundamentados sobre el Mesías hijo de David.