PASCUA – Las dos grandes sorpresas de Dios (3)
Virgilio Zaballos
A pesar de esos tiempos de oscuridad y confusión, Dios tiene en su mano las claves para la salida y victoria final. El diablo quedó sobrecogido de terror cuando despertó a la realidad de la resurrección del Mesías y el derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos. Estas dos grandísimas sorpresas divinas sacudieron el reino de las tinieblas y lo introdujeron en un estado de confusión y caos. La encerrona que Satanás había preparado para Jesús y sus seguidores se volvió un revés para él mismo. Lo que quiso destruir mediante el poder de la muerte se transformó en vida e inmortalidad para el hombre de fe en Jesús. El poder de la vida resucitada del Señor pasó a todo el Cuerpo de Cristo.
1. El triunfo de la resurrección
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea (Lucas, 24:5-6).
Poco hemos comprendido de la batalla infernal que tuvo que afrontar el Mesías antes de salir victorioso el día de la resurrección. Después de la muerte física, Jesús descendió al infierno, —el lago de fuego y azufre—, al dominio de las tinieblas y el reino de la muerte. Y estando allí, tuvo que elevar un clamor sobrehumano para ser librado de la muerte. Y Cristo en los días de su vida terrenal, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librar de la muerte; y fue oído a causa de su humilde obediencia (Heb.5:7 RV20). Uno de los salmos mesiánicos lo expresa así:
Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma.
Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie;
he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.
Cansado estoy de llamar: mi garganta se ha enronquecido; han
desfallecido mis ojos esperando a mi Dios… Sácame del lodo,
y no sea yo sumergido; sea yo libertado de los que me aborrecen,
de lo profundo de las aguas. No me anegue la corriente de las aguas,
ni me trague el abismo, ni el pozo cierre sobre mí su boca…
Porque YHVH oye a los menesterosos, y no menosprecia a sus
prisioneros… (Sal.69:1-3,14,15.33).
Este clamor fue levantado por Jesús desde el Hades, donde tuvo que bajar para ser nuestro substituto; satisfacer la justicia de Dios y levantarse en victoria. La muerte no pudo retenerlo porque él mismo era justo y sin pecado.
… Matasteis… crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los
dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese
retenido por ella… (David) habló de la resurrección de Cristo,
que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.
A éste Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos
(Hch. 2:23, 24,31.32).
Después de una noche aterradora, el Mesías se levantó triunfante sobre el reino de las tinieblas, la muerte y su poder. El salmista lo expresó así: Cantad a YHVH, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad. Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría… Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría… (Sal.30:4,5,11).
El poder de la resurrección liberó un gozo triunfante que Jesús experimentó como primogénito de entre los muertos. El cielo era una fiesta. Los ángeles dijeron: Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado (Lc.24:5,6).
Esta victoria, que ya era un hecho en el mundo celestial, debía manifestarse en la tierra, darse a conocer a los discípulos del Maestro y liberar esta verdad única en los corazones de los hombres. No fue fácil. El diablo quiso manipular y obstruir esta realidad.
Mientras ellas iban, he aquí unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos. Y si esto lo oyere el gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy (Mt.28:11-15).
Sin embargo, no fue posible. El impacto había sido impresionante. A pesar de los «reparos y cautelas» de los apóstoles por creer a quienes decían haberle visto, ellos mismos lo vieron y comieron con él. Más tarde el Espíritu Santo los impulsaría para proclamar el mensaje de la resurrección de Jesús.
La resurrección es el triunfo que permite el equilibrio definitivo del hombre caído. La cruz establece la paz para el hombre, y la resurrección recupera el orden original de la creación de Dios. Las consecuencias de la resurrección de Jesús afectan a los tres mundos: el cielo, la tierra y debajo de la tierra. Dios, Satanás y el hombre.
- Para Dios. Permite la armonía entre su santidad, su justicia y su amor.
- Para Satanás. Le despoja del imperio de la muerte; es destronado como príncipe del mundo, y derrotado en su dominio sobre el hombre sometiéndole a la autoridad de Cristo y su iglesia.
- Para el hombre. Le justifica ante Dios y lo eleva a su presencia (Ro.4:25 y Ef.2:6). Derrota a su mayor enemigo devolviéndole la autoridad perdida en Adán para reinar en vida juntamente con Cristo (Ro.5:17). La resurrección del Mesías nos da la victoria sobre todos nuestros enemigos: El pecado, la carne, el mundo, el diablo y la muerte.
Ahora bien, este triunfo debe llegar a ser revelado, aceptado y establecido por la fe en toda nuestra manera de vivir. La oscuridad de los pueblos sigue obstruyendo la liberación del triunfo de Jesús, necesitamos al Espíritu Santo.
De esta forma se establece una dependencia total en la obra completa de Jesús: La cruz, muerte, sepultura, resurrección y exaltación. Vivir unidos a Jesús (en toda su amplitud) es la clave de la vida cristiana. Separados de mí nada podéis hacer (Jn.15:5).
Sólo lo que ha muerto puede resucitar. Sólo la cruz puede hacer morir lo que más tarde resucitará. No se puede separar este triple suceso en la vida cristiana. Hay que llegar a la cruz, y abrazando la muerte salir en resurrección. El que pierda su vida por causa de mí la hallará (Mt.16:25).
Es un proceso en tres fases que ningún discípulo de Jesús puede evitar. Sólo así andaremos en novedad de vida. Sólo así llegaremos al lugar de autoridad en los lugares celestiales en Cristo, por encima de todo principado y autoridad. (Ef.1:20-21). El desequilibrio está en pretender la autoridad espiritual (porque está de moda) sin atravesar cada uno de los pasos que nos conducen allí. El discípulo no es superior a su maestro, mas todo el que fuere perfeccionado será como su maestro (Lc.6:40).
2. El derramamiento del Espíritu Santo
El Señor Jesucristo lo había anunciado con anterioridad. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos (Jn.14:16-18). También les dijo: Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mi (Jn.15:26).
El último discurso del Mesías a sus discípulos estuvo cargado de expectativas en la obra inminente del Espíritu Santo.
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio… Aun tengo muchas cosas que deciros pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber (Jn16:7-14).
Con la llegada del Espíritu Santo surge la congregación de los redimidos en una nueva dimensión, el nuevo templo. La fuerza de la verdad penetró en los apóstoles para que dieran testimonio del Mesías. El Espíritu de Dios facilitará la convicción de pecado, justicia y juicio; por tanto, el arrepentimiento para vida puede lograrse. La verdad ha triunfado sobre la mentira. La luz ha echado fuera las tinieblas, y con ello, la confusión y la manipulación diabólica. Así se proclamó y estableció la verdad sobre el Mesías, su personalidad y obra.
Precisamente los tres argumentos predominantes para acusar y dar muerte a Jesús son la piedra angular de la fe cristiana:
- Jesús es Mesías, Señor y Rey (Hch.2:36) (Ro.10:8-10).
- Jesús es el Hijo de Dios. Su divinidad (1Jn.5:1,5).
- Jesús ha levantado un nuevo templo en tres días (la congregación de Dios), y las puertas del Hades no prevalecerán (Mt.16:18) (Jn.2;19-22).
Esta fue la predicación de los apóstoles, junto con la buena nueva de la resurrección de Jesús, el Mesías crucificado. Pablo dijo: Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios (1Co.1:23-24).
En el éxito de la predicación del evangelio es fundamental la intervención del Espíritu de verdad. El Espíritu de Dios debe estar presente tanto en la vida del discípulo que lo proclama, como actuando en el corazón de la persona que lo recibe. Sólo así es posible el milagro que hace surgir la nueva vida en Cristo.