LOS HOMBRES QUE GIMEN Y SE LAMENTAN (Ez. 9:4-6 LBLA)
Ahora bien, podemos vivir en medio de toda esa influencia humanista, o cualquier otra, y no caer bajo su hechizo y fascinación. Podemos estar rodeados de podredumbre y no por ello ser contaminados, ni participar del mismo desenfreno. El apóstol Pedro nos dice: Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles (1 Pedro 4:3 RV 60).
Las Escrituras nos hablan de los justos, los redimidos, los hijos de Dios, el pueblo santo y apartado, de la sal de la tierra, la luz del mundo, del camino angosto que lleva a la vida, nos habla también de los que resplandecen como luminares en el mundo (Fil. 2:15), de los que, estando en medio de una congregación corrupta, no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás (Ap.2:24 RV60), aquellos que no han manchado sus vestiduras (Ap.3:4), de los siete mil que no doblan la rodilla delante de Baal, los que salen de Babilonia para no contaminarse (2 Co.6:17), ni participar de sus pecados (Ap.18:4), los «Simeones» (Lc.2:25), hombres justos y piadosos, que esperan la consolación de Israel; y las «Anas», que sirven de noche y día con ayunos y oraciones (Lc. 2:37) en un templo que el mismo Jesús dijo haberse convertido en cueva de ladrones y casa de mercado.
Es un remanente fiel del que tantas veces se habla en las Escrituras. Curiosamente nunca son mayoría, ni siquiera en el texto Bíblico. Sin embargo, son los que siguen al Cordero por donde quiera que va, son fieles en lo poco, no se conforman al esquema de este mundo, han dejado los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero. Estos son los que había que sellar en la ciudad de Jerusalén, y que Ezequiel vio en su visión, para que escaparan del juicio que se avecinaba de forma inminente. Leamos.
… Y el Señor le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella (Ez. 9:4 LBLA).
En medio de la ciudad entregada a la idolatría, la corrupción y la desobediencia, hay un grupo de personas, seguramente dispersas entre ellas, que se lamentan y gimen en oración ante el trono de gracia, viendo su generación entregada a cometer toda clase de impurezas. A estos, le dice el Señor al hombre vestido de lino que tenia la cartera de escribano a la cintura (Ez.9:3 LBLA), que pase por en medio de la ciudad y selle a los que no participan del pecado de la mayoría.
Me recuerda la misma forma de proceder sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra. Está escrito: sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio (2 Pedro 2:9 RV60). En estas ciudades había un justo, (Lot), que moraba entre ellos y afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos (2 Pedro 2:8 RV60).
Es la misma enseñanza que el apóstol Pablo expone en Efesios sobre aquellos que han oído el evangelio, han creído en él y han sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef.1:13). Estos sellados han sido y son, en muchos casos, quienes retardan el juicio de Dios sobre las naciones y ciudades, por gemir delante de Dios y presentar su clamor a favor de la tierra. También puede ocurrir que estos sellados estén tan dispersos y ser tan débiles en su clamor, que solo alcanzan para escapar ellos mismos del juicio. No son suficientes para que la ciudad o el país sean preservados del justo juicio de Dios. O tal vez que el juicio sea aplazado. Así fue en la ciudad de Nínive en los días del profeta Jonás (Jonás 3:10). Sin embargo, en los días del profeta Nahúm no fue posible, el juicio se había retardado unos años sobre la misma ciudad (Nahúm 1:1; 2:1a; 3:1, 19).
En el caso que nos ocupa, cuando comenzó la destrucción, el mismo profeta Ezequiel quedó horrorizado ante la magnitud del desastre. El justo juicio de Dios que vino sobre Jerusalén fue tan devastador que el profeta cayó sobre su rostro clamando:
Y sucedió que mientras herían, quedé yo solo y caí sobre mi rostro; clamé y dije: ¡Ah, Señor Dios! ¿Destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén? (Ez. 9:8 LBLA).
¿En qué momento está nuestra sociedad actual? ¿A qué niveles de corrupción ha llegado nuestro país? ¿Cuál es la intensidad de nuestro clamor ante el trono de gracia a favor de la tierra? ¿Qué potencial espiritual tiene la iglesia de hoy en Occidente para neutralizar los juicios justos de Dios sobre la iniquidad? La mayoría se auto-engaña con el argumento: Dios no ve, Él ha abandonado la tierra.
¿Podemos traspasar cualquier límite de maldad sin que tenga consecuencias sobre nuestras vidas? Muchos se preguntan, nos preguntamos, ¿hasta cuando el Señor va a permitir el desarrollo de la degeneración? Sabemos que estas son señales de los últimos tiempos: el aumento de la maldad (Mt.24:12), la pérdida de toda sensibilidad (Ef.4:19), los tiempos peligrosos porque los hombres serán amadores de sí mismos (2 Tim. 3:1). La misericordia de Dios es grande y nueva cada mañana, y espera con paciencia que procedamos al arrepentimiento (2 Pedro 3:9); pero un día, como en los días de Noé, la puerta se cerrará, el día de gracia llegará a su fin, y entonces vendrá el llanto y el crujir de dientes para aquellos que han desgastado sus vidas entregados a una esperanza terrenal, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal (Fil. 3:19).
Nuestro país necesita hoy, más que nunca, el remanente fiel que se pone en la brecha para hacer un vallado (Ez. 22:30,31). La crisis moral, política, en la justicia, la educación, las familias, la economía, coincide con una crisis de decadencia espiritual en la iglesia del Señor, por tanto, no hay fuerzas para dar a luz (Isaías 37:3). No hay fuerzas para hacer frente a esta riada de maldad. A duras penas podemos sobrevivir en medio de las corrientes de este mundo.
No es mi intención hacer un estudio de todo el libro de Ezequiel, pero echemos una mirada al capítulo 22 para ver la similitud en la decadencia de aquella sociedad, que tanto recuerda a la nuestra.
Continuará…