Dios mío, rescátame de la mano del impío… porque tú eres mi esperanza; oh Señor Dios, tú eres mi confianza desde mi juventud… tú eres el que me sacó del seno de mi madre… tú me has enseñado desde mi juventud (Salmos 71:4, 5, 6,17).
Que bonita conjugación aparece en este salmo de la segunda persona del singular del verbo ser, el pronombre «tú». Se repite con insistencia. El énfasis no está en la primera persona, «yo», (ya no vivo yo… Gálatas 2:20), sino en la segunda, que en el reino de Dios equivale a la primera y con mayúscula, «Tú eres», «Yo soy» (Éxodo 3:14). Vivimos un tiempo cuando necesitamos elegir los pronombres de los verbos en su forma correcta: tú eres mi esperanza… tú eres mi confianza… tú eres el que me sacó del seno materno… tú me has enseñado; y todo ello desde mi juventud. Maravilloso. Libertador. Esperanzador. El rescate no está en nuestra propia potencialidad, ni siquiera en la «todopoderosa» Comunidad Económica Europea. Este tipo de rescate de la iniquidad, la que nos ha hundido en la bancarrota espiritual, social, política y económica solo puede venir del Deseado de las naciones (Hageo 2:7 RV60). Aquel que con su propia sangre nos ha redimido de todo linaje, pueblo y nación; y si es posible, desde la niñez, o juventud, como el discípulo Timoteo (2 Timoteo 3:15).
Padre, gracias por haber rescatado mi vida desde mi juventud. Amén