El Señor ha establecido su trono en los cielos, y su reino domina sobre todo. Bendecid al Señor, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su mandato, obedeciendo la voz de su palabra. Bendecid al Señor, vosotros todos sus ejércitos, que le servís haciendo su voluntad. Bendecid al Señor, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su dominio. Bendice, alma mía, al Señor (Salmos 103:19-22).
Nuestro adorador ha penetrado los cielos, ha traspasado el velo de carne que oculta la realidad espiritual y eterna del Dios invisible y su reino. Ha visto su trono, su reino, sus ángeles obedeciendo su palabra, sus ejércitos sirviendo a la voluntad del rey, sus obras manifestadas y los lugares de su dominio. El resultado ha sido postrarse en adoración en la tierra, el lugar de rebeldía, donde opera el reino de tinieblas sobre los hijos de desobediencia. Cuando podemos ver, más allá del sol, la majestad de Dios y su reino glorioso, no seremos los mismos. Lo vieron los patriarcas y vivieron como extranjeros y peregrinos buscando la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. Lo vio Elías, pero no lo vieron los profetas de Baal. Lo vio Eliseo, pero estaba oculto a su criado. Lo vio Isaías, y quedó paralizado por su propia iniquidad y la de un pueblo de labios inmundos. Lo vio Esteban, pero no sus verdugos. Lo vio el apóstol Juan, aunque vivía en la soledad de una isla llamada Patmos. Pablo dijo: poned la mirada en las cosas de arriba, donde vuestra vida está escondida con Cristo. Jesús les dijo a los suyos: En la casa de mi Padre hay muchas moradas, voy a preparar lugar para vosotros. Gloriosa esperanza. Admirable luz. Eterno Reino.
Padre amado, venga tu reino y tu Mesías a Israel. Hágase tu voluntad buena, agradable y perfecta en nuestro país. En el nombre de Jesús. Amén.