HECHOS – La práctica apostólica (3)
Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios (Hechos 10:46).
El evangelio fue abriéndose camino desde la ciudad de Jerusalén hacia el entorno más cercano, expandiéndose hasta lo último de la tierra, como les había dicho el Maestro. Felipe lo llevó a Samaria, donde encontró una actitud claramente abierta al mensaje redentor. La estrategia que Jesús les dio a los apóstoles fue: recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hch.1:8). Primeramente se asentó ampliamente entre los judíos, luego llegó a Samaria, y ahora tocaba alcanzar a los gentiles, porque la promesa era para vuestros hijos, para todos los que estaban lejos, y para cuántos el Señor Dios llamare (Hch.2:39).
El Espíritu Santo unió dos ciudades (Jope y Cesárea), mediante dos hombres que oraban (Pedro y Cornelio), y una visión complementaria que puso en marcha la extensión del evangelio a los gentiles. Cornelio, un centurión romano, varón piadoso, que mantenía una vida constante de oración y ofrendas, recibió a un ángel del Señor para que enviara llamar a Pedro y éste le hablaría palabras por las cuales recibiría la salvación él y su casa (Hch.11:14). Pedro por su parte, sin entender muy bien aún la estrategia del Espíritu, se puso en marcha hacia la casa de Cornelio. Después de los saludos y compartir las experiencias que ambos habían tenido, el apóstol comenzó su mensaje anunciado el evangelio de la gracia de Dios, reconociendo que la amplitud de miras del cielo era mayor que la suya, por cuanto, como judío, mantenía ciertas ataduras tradicionales para entrar en casa de gentiles y se extendiera el mensaje más allá de los límites nacionales.
Mientras Pedro hablaba la palabra de Dios, el Espíritu Santo fue derramado sobre los congregados de la misma manera como lo había sido entre los discípulos el día de Pentecostés. Pedro se apartó del centro de la escena para dar lugar a la manifestación del Espíritu. ¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios? (Hch.11:17). ¿Cómo supieron que el Espíritu había sido derramado sobre ellos? Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. La enseñanza apostólica dice que el que habla en lenguas, no habla a los hombres, sino a Dios; habla misterios y se edifica a sí mismo (1 Co.14:1-4). Los gentiles lo estaban experimentando en casa de Cornelio y poniendo buen fundamento para una vida de gratitud y alabanza a Dios con todo el potencial que el Espíritu pone a nuestro alcance. El liderazgo en Jerusalén también reconoció este hecho y glorificaron a Dios (Hch.11:18).
El Espíritu Santo nos llenará de gratitud y alabanza obedeciéndole.