Sacrificios de alabanza y gratitud (10)
Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid al Señor con alegría; venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que el Señor es Dios; Él nos hizo, y nosotros a nosotros mismos… Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecir su nombre. Porque el Señor es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones (Salmos 100:1-5).
Toda manifestación de júbilo donde hay expresión musical y alabanza es atractiva al alma humana. La alegría es contagiosa. Si le añadimos el componente religioso puede erizarnos el cabello. El alma es muy sensible al atractivo musical. Si hay talento y dones que tocan los distintos instrumentos musicales con destreza la atmósfera puede ser electrizante. Hechiza los sentidos. Absorbe nuestras emociones y podemos quedar paralizados por un tiempo. Los grandes conciertos musicales de grupos de rock y otros son una muestra de ello. Todos hemos visto a multitudes de adolescentes histéricas al ver salir al escenario a sus cantantes idolatrados. Tristemente, esto también está ocurriendo con algunos grupos o cantantes cristianos. Hay ocasiones cuando el foco de la escena lo ocupa la persona o grupo con su carisma. Hemos perdido el centro de nuestra adoración para desplazarlo al deleite humano con todo su potencial.
Lucifer, convertido en Satanás, sabe mucho de este poder hechicero porque él mismo fue un tiempo el que dirigía la adoración en el cielo. Conoce y usa el atractivo de la música y la danza para trastornarla convirtiéndola en un culto carnal, seductor y manipulador de los sentimientos para confundir el alma humana llevándola a la idolatría. Ocurrió pronto en el desierto cuando Israel salió de Egipto y mezclaron el culto a Dios con el becerro. Música, danza, fiesta, alegría, comida y sexo es un coctel explosivo para confundir los sentidos. Debemos estar alertas. Si cayó el querubín protector puede caer cualquier otro bajo la misma fascinación liberada con soberbia y rebelión.
Nuestro salmista tiene claro su objetivo: Cantar alegres a Dios… Servid al Señor con alegría. Adoración y servicio van juntos. No hay verdadera alabanza y gratitud sin servicio incondicional a Aquel que adoramos. Reconoced que el Señor es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos. Señor, Dios y Creador. No somos hechos a nosotros mismos. Somos suyos. Entrad por sus puertas con acción de gracias. Una vez más alabanza y gratitud en armonía. ¡Alabadle! Esta alabanza nos libra de nosotros mismos introduciéndonos en la expresión más elevada del ser humano en la tierra.
La alabanza verdadera siempre nos libera de nosotros mismos poniendo su foco en el centro del universo: el trono de Dios y su majestad.